Contagiado por coronavirus en Tailandia (II) – En la cama con el enemigo
Esta historia es la segunda parte de una trilogía corta sobre un contagio de coronavirus en Tailandia. Lee la primera parte en este enlace.
Entré en el complejo médico de Chulalongkorn enfundado en guantes, mascarilla y gafas de sol, con las pintas cutres de un superhéroe hortera en una comedia barata. Pero el vestuario estrafalario era requerido para evitar contagios y también porque era menester ir de incógnito, como esa gente que va a clubes secretos. Y es que precisamente me dieron instrucciones concisas para acceder al club exclusivo de contagiados por coronavirus en Bangkok. “Tú dices las indicaciones que te doy en recepción e iremos a buscarte, es importante que no sepan que estás infectado”, me habían dicho por teléfono.
Llegué a la zona del hospital donde atienden a los posibles contagiados por Covid19 y mencioné aquellas palabras. Fue entonces fácil entender lo que al aparato me habían comentado tras informarme de que mi test salió positivo y debían hospitalizarme. Porque ya en el Chulalongkorn las chicas de recepción mostraron normalidad ante mis palabras y siguieron con sus tareas de forma risueña. Si quizás hubiera informado de que estaba contagiado quizás les hubiesen temblado las piernas.
Pronto apareció un encargado de otra zona del hospital y me llevó por una puerta trasera a otra zona al aire libre. Allí vi a dos hombres de entre 40 y 50 años, una veinteañera de mirada vidriosa y una mujer bajita, seguramente cincuentona, que poseía unos ojos saltones muy simpáticos. Nos miramos todos con cara de circunstancias al saber que estábamos todos infectados. Y en seguida montaron todos en un tuk tuk menos la señora y yo, que tuvimos que esperar cinco minutos.
Al regresar el mismo transporte, me acomodé en una esquina del banco trasero para dejarle a ella los mejores asientos y que no pudiera pensar mal de mí, pero sorprendentemente se posó a mi lado. Unos instantes de viaje después, llegamos a un lustroso edificio donde nos esperaban dos enfermeras, pero al frenar el conductor la mujer resbaló y cayó encima mío, agarrándose a mi mascarilla y quedándose con ella en la mano. Me pidió perdón sonriendo y en el camino hacia el edificio me deseó suerte y pronunció un sincero su su, que en tailandés es como decir “dale duro”. La verdad es que su simpatía me hizo sentir bien, además de que era reconfortante que alguien me tocara con naturalidad y sin mostrar horror.
Subimos en ascensor a la planta de enfermos por coronavirus y vi un camino marcado en el suelo por el que debíamos dirigirnos a nuestras habitaciones sin compañía alguna. Al entrar en la mía, respiré aliviado al ver lo grande y espaciosa que era. Contaba además con un televisor enorme y vistas al skyline de la ciudad.
Mucha gente piensa que no existe la sanidad pública en Tailandia, pero ciertamente hay algo similar a la de la mayoría de países europeos y con un funcionamiento más o menos digno, solo que posee disfunciones evidentes. Eternas listas de espera, horas en los hospitales para que le atiendan a uno y una evidente escasez de médicos son algunos de los problemas que hacen que ni siquiera los siameses opten por el modelo estatal si no es de manera forzosa. Además, para que sea gratuita hay que estar asegurado. En el plano positivo, suele decirse que los mejores profesionales del país están en los centros públicos.
En mi caso, tuve suerte de que el gigantesco hospital de Chulalongkorn albergara un edificio de alta tecnología e instalaciones de excepción, y ese fue donde iba a estar. Lo habían adaptado en exclusiva para tratar a los pacientes de Covid19. En otros complejos médicos del Estado, la comodidad no era la misma, como fue en el caso de Matt el actor, que en las redes sociales se quejaba del aspecto de su habitación. La verdad es que no lucía como la mía.
Leí una nota que me habían dejado con las instrucciones del hospital. Toda la comunicación se haría por vía telefónica, se me dejarían tres comidas al día en la entrada y habría sesiones de control constantes de los síntomas y la fiebre. Tenía allí un termómetro, dos uniformes y una mascarilla. Me dispuse a cambiarme cuando llamaron al teléfono.
—Hola, soy tu médico, ¿cómo te encuentras hoy?
—Más o menos bien, lo peor es a la noche.
—Qué síntomas tienes?
Le expliqué por teléfono y en inglés a la especialista que seguía sin tener tos ni dolores de garganta o moqueo. Mantenía unos fuertes dolores musculares y fiebres altas. Pero había algo que me sorprendía en relación a mi temperatura; a veces, me encontraba realmente bien y, al colocarme el termómetro, el mercurio indicaba que estaba cerca de los 39ºC.
Era por eso que me sentía optimista, ya que cuando padecí las fiebres del dengue hemorrágico el dolor era casi insoportable incluso cuando bajaba la fiebre. Le pregunté a la médico qué expectativas había con mi caso.
—Es un virus nuevo y no podemos saberlo, pero tienes pocos síntomas, yo creo que en unos cuantos días podrías salir del hospital.
—¿Significa eso que hay opciones de volver a mi casa en breve?
—Solo si puedes mantener la cuarentena sin salir de tu habitación —se aclaró la garganta antes de continuar—, pero tu caso es extraño porque tienes fiebres altísimas; si empeoras llámanos en seguida. ¿Estás cómodo en la habitación?
—Por supuesto, solo necesito la contraseña para usar Internet.
—Hemos desconectado el WiFi, lo siento. Un último detalle… nos estamos quedando sin espacio disponible y seguramente tendrás que compartir la habitación, ¿te importa?
Le dije que por supuesto que no, que entendía si alguien más tenía que venir a acompañarme. Me vestí de azul para la ocasión y me tumbé en la cama, antes de decidirme a continuar lo que había empezado desde que me dieron el resultado positivo por coronavirus a la mañana. Eso era seguir llamando a quienes había visto previamente para avisarles de que tomasen las precauciones necesarias.
En busca del foco de contagio
Estaba avisando a todos los implicados en mi contagio cuando de nuevo llamaron al teléfono de la habitación. Se presentó una trabajadora del centro de epidemiología, que durante mucho rato me interrogó sobre los lugares que yo había visitado y también acerca de las personas a las que había visto. Todas ellas debían empezar una cuarentena en sus casas de dos semanas.
—Lo que no puedo saber —dijo ella cuando le había comentado todos mis movimientos— es dónde pudiste contagiarte.
—Bueno, es una pandemia, ¿no pudo ser en cualquier sitio?
—Esto es importante, necesitamos saber el lugar de contagio… ¿y dices que no visitaste las discotecas de Thong Lor?
—En Thong Lor solo estuve en el bar que le he comentado, pero eso fue horas antes de empezar a notar los síntomas, ¿avisarán a dicho local?
—Hablamos con todo el mundo, pero una última pregunta… ¿qué hay de los lugares de señoritas del mismo barrio? Hemos detectado contagios en el club de caballeros Krystal.
—Lo sé, lo vi en la prensa, conozco el lugar pero no voy.
—No se preocupe, esto es estrictamente confidencial —me acordé de cómo se filtró la ruta completa de los fiesteros a la prensa y de los detalles sobre el infectado al que se le señaló en televisión por ir al citado garito donde el menú exhibe copas y señoritas.
Se despidió la investigadora pidiéndome que, aunque ella iba a hacerlo también, por favor avisara a mis allegados para que se pusieran en cuarentena. Aun así, me dejó entrever que dicha búsqueda de los focos de contagio empezaba a ser compleja y que había demasiados casos como para continuar solicitando aislamientos a los íntimos de los contagiados.
Todas las personas con las que había tenido contacto estuvieron de acuerdo en hacer cuarentena en casa, y algunas incluso fueron a realizarse las pruebas para comprobar si estaban infectados por coronavirus, previo pago. También comenté a una persona que contactara con la cafetería y el bar donde había estado el día que acabaría por sentir los primeros síntomas.
A la tarde, entraron dos personas enfundadas en trajes de contención y prepararon la estancia para una segunda persona, por lo que me puse la mascarilla. Las empleadas pusieron el teléfono entre ambos camastros, así que intuí que se haría de difícil acceso desde la cama. En seguida vi entrar por la puerta a un hombre tailandés de estatura media, bastante moreno y con el pelo corto y muy negro. Y así nos convertimos en la extraña pareja, con sus más y sus menos pero con cariño. Solo que en lugar de ser Walter Matthau y Jack Lemon en un apartamento neoyorquino éramos, simplemente, un español y un tailandés dentro de una habitación infectada de coronavirus.
Al ‘frío acondicionado’ del Covid19 en Bangkok
La primera impresión que se llevó mi compañero siamés fue algo impactante, ya que seguramente no esperaba encontrarse a un occidental. Al menos eso parecía decir mientras me miraba al hablar con las enfermeras. Pero todo fue mucho más fácil cuando me presenté formalmente en tailandés, ahí le vi respirar aliviado. Él no hablaba ni una palabra de inglés.
Hablamos de su contagio y también del mío. Y luego un poco de qué hacíamos cada uno. Entonces, antes de cambiarse de ropa, desplegó su arsenal tecnológico. Las últimas versiones del Macbook Pro y del iPad Pro de Apple junto a dos Samsung Note 10. Calculé que tendría ahí hasta 5.000 dólares en cacharros. Y entonces me arrepentí de no haber llevado mi ordenador, me había conformado con un par de libros y una tableta barata.
Mi partenaire patológico y yo hablamos un rato, hasta que llegó un momento que marcaría un inicio y un final. “Perdona Khun Luis, ¿te importa si enciendo la televisión?“. Yo sé muy bien que es común entre los tailandeses poner la tele a todas horas y dejarla de fondo, así que temí lo peor. Pero obviamente le dije que sí. Fue como si algo se rompiera, ya que la tranquilidad nunca más regresó.
Pasaron las horas y no quería moverme de la cama. Me dieron la cena alrededor de las 18 horas y una hora más tarde ya estaba de nuevo a 38,5ºC. Pedí un paracetamol, ya que habían pasado ocho horas desde el anterior. En la tele repetían una y otra vez la noticia de que los centros comerciales seguían abiertos, pero las autoridades habían clausurado los bares y los locales nocturnos, además de los estadios de boxeo.
Al otro lado del camastro, el vecino hablaba con su mujer. Al final ella acabaría siendo como de la familia, porque hacían videollamadas a todas horas, algo que a mí nunca me ha gustado pero a él le fascinaba. Y, mientras yo me derretía en brazos de la fiebre y de Morfeo, reparé en que mi compañero dormitaba y roncaba, mientras la tele seguía encendida y en la tableta tenía puesta una película doblada al tailandés. La mágica Regreso al futuro II. Desde aquel instante empecé a llamarlo McFly. El apodo le iba que ni pintado.
A las 2 de la madrugada me despertó el teléfono. Me dolían todos los huesos y no sabía bien dónde estaba, pero logré arrastrarme hacia el aparato mientras veía a McFly incorporarse. Era la enfermera, quería conocer nuestra temperatura. El fan de los DeLorean pasaba de los 38ºC, pero yo flotaba a 39,7ºC. Las enfermeras corrieron a traerme una pastilla de 500 miligramos de paracetamol. Y volví a derrumbarme sobre el camastro.
Películas, filetes y fiebres
Mi primer sábado hospitalizado me sirvió para ver cuál sería mi cuadro clínico el resto de días. A la mañana, los dolores musculares se habían ido en su mayoría y pude comerme todo el desayuno. La tele seguía encendida y ya no tenía frío. Me tomé la temperatura y vi que estaba a unos muy llevaderos 37,5ºC. En seguida me llamó la médico.
Además de interesarse por mis síntomas, me dijo que la directiva había cambiado la política de hospitalización y que a los casos leves les darían el alta cuando hubiera algo de mejoría. Su equipo y ella estimaban que yo estaba dentro de ese grupo, y que el lunes o el martes quizás podría regresar a tu casa. “Puedes avisar en tu condominio de que volverás pronto”, me animó. Su esperanza era que mi fiebre durara cuatro o cinco días. “Aun así, me sorprende que sea tan alta, pero si no tienes otros síntomas es buena señal”.
A la mañana entró el equipo de radiografías con una flamante máquina portátil para realizar rayos equis. Estaban allí para ver cómo estaban los pulmones de McFly.
No mucho más tarde, mi compañero cinéfilo hablaba por videoconferencia con su mujer. Ella iba en el coche y cantaba al son de la música que sonaba. Todo muy bello hasta que se vieron interrumpidos por otro equipo de profesionales, en este caso armados con una máquina de realizar electrocardiogramas.
El bueno de McFly me dijo que no estaba bien del todo, y que iba a tener que empezar a tomar medicación. Yo le veía más fino de lo que yo estaba, pero la procesión va por dentro. Mientras duró el electrocardiograma dejó su Samsung Note10 en la estantería para que la mujer pudiera seguir viéndolo. Yo comprobaba como ella aparcaba el coche y se dirigía a una oficina, todo eso en pleno directo.
McFly empezó a tomar Avigan, la droga japonesa contra gripes que tanta fama obtuvo al principio de la infección, y pronto empezarían a darle retrovirales de los que combaten el sida. Yo seguía bajo la dictadura del paracetamol, ya que las enfermeras me lo racionaban cada ocho o nueve horas y siempre en dosis de 500 miligramos. “Queremos saber la fiebre real que tienes sin estar bajo los efectos de los analgésicos”, me diría al día siguiente la doctora.
Por teléfono, eso sí, todas las enfermeras eran encantadoras aunque no hablaran inglés. Se interesaban por nosotros y McFly y yo empezamos a coger la rutina de turnarnos para ir a coger el teléfono, lo que suponía un esfuerzo menor que ir siempre. Y a la tarde vino una sanitaria a tirar la basura y habló un rato con nosotros. “Khun Luis, tengo buenas noticias, he conseguido que te preparen comida occidental, que es mejor que la tailandesa“, me informó animada. También le preguntó al siamés si prefería platos europeos, y aunque enfermera dijo que eran más elaborados, él se negó en rotundo. Yo le dije que también quería comida asiática, que me gusta más. Pero ella pensó que estaba siendo simplemente agradable.
Aproveché el tiempo para acabar la novela de Mohammed Chukri que tenía a medias aquel fin de semana y también para ver películas como la claustrofóbica El hoyo. Y para devorar mucho cine con McFly, desgraciadamente siempre doblado al tailandés.
Me tragué infinidad de clásicos del cine comercial más cuestionable. Desde la saga de Solo en casa hasta las dos últimas y patéticas entregas de La jungla de cristal, pasando por King Arthur y muchos programas de la televisión siamesa. Había veces que pensaba volverme loco, ya que McFly podía llegar a tener encendido al mismo tiempo el televisor, la tableta con música y el teléfono donde aparecía su mujer por videollamada.
El fin de semana vimos en las noticias cómo los casos de Covid19 se disparaban en Tailandia de manera exponencial. Primero cien en un día, y al siguiente 188. Debido al cierre de muchos negocios, forzado por el Gobierno, se veían horribles imágenes de gente apelotonada en las estaciones de autobuses para huir de Bangkok con el virus hacia lejanas provincias o países vecinos. En algunos casos, los tailandeses habían sido precavidos como sus vecinos asiáticos, pero en otros cometían errores igualmente. El pánico no entiende de nacionalidades.
Las noches seguían siendo horribles. A las 21 horas ya caía desplomado y abrumado por la fiebre, para necesitar más analgésicos de madrugada, cuando el termómetro siempre rebasaba los 39,5º.
El fin de semana trajo dos noticias más. La primera fue que un amigo me dijo que iba a ser internado en el hospital también. Cuando le había informado yo de que di positivo por coronavirus, él se asustó porque había tenido dolencias un día antes de que yo empezara a tener síntomas. Nada grave, solo algo de tos y fiebre muy ligera un día. Después estaba con total normalidad, pero temía poder contagiar a sus compañeros de trabajo.
Mi amigo, cómo no, también había estado conmigo en la fatídica noche del viernes 13 siamés. Ahí empezamos a atar cabos, aunque pudo ser una casualidad y quizás fuimos infectados en lugares distintos. Lo que variaba era el cuadro clínico, ya que él no tenía síntomas. Entró en el hospital un día y salió a las 24 horas. Desde entonces, es la única persona que conozco que haya sido infectada también, y no le supuso absolutamente nada. Todas las otras personas que vi en los días previos a mi contagio se libraron.
La segunda noticia fue el inicio de un conflicto que aún dura. Si bien la cafetería y el bar de Thong Lor agradecieron que les informara de mi positivo por coronavirus y a los diez días me confirmaron que nadie se había contagiado, cuando me decidí a anunciar mi situación en el condominio donde vivo abrí la caja de Pandora. La gerencia de mi edificio enloqueció y me pidió certificados médicos, historiales de contagio y mucho más. Esa es una historia cuyo momento no es ahora, pero que sería realmente peliaguda.
Los médicos empiezan a temer que mi caso no sea tan ‘leve’
Contaba los días para pasar de la barrera de los cinco o siete días que los médicos estimaban como periodo máximo para los casos leves por Covid19. Pero la realidad era que las jornadas pasaban y quizás empeoraba. La fiebre seguía en valores muy elevados, pero cuando llegó la tos lo hizo de manera muy controlada. Lo que preocupaba era que, si alcanzaba los 39ºC de temperatura, empezaba a faltarme el aire.
La médico cada día alargaba más la fecha de mi posible recuperación y empezó a mandarme análisis de sangre diarios y radiografías de mis pulmones. Cada dos días me hacían el test del Covid19, que siempre dio positivo. Me entretenía viendo series asiáticas y empecé a rememorar comedias muy ligeras, como la clásica American Pie o cualquier cinta de Leslie Nielsen que fuera ochentera o noventera. No estaba para más.
McFly mejoró en todos los síntomas relacionados con el Covid19, pero tenía el estómago para el arrastre. No podía ingerir ningún alimento y tampoco dormía. Recuerdo que una madrugada, alrededor de las 3:00, me levanté y lo vi delante de un plato de arroz blanco; era incapaz de engullir un solo grano. El virus le ganaba esa batalla y él se derrumbaba. Cuando sus crisis físicas hicieron que fuera incapaz de mear dentro de la taza, yo me limité a limpiar sus restos. El tipo lo estaba pasando mal, muy mal, y por eso nunca me quejé de su televisor encendido las 24 horas.
Había momentos para la alegría también. Recuerdo un día que en televisión anunciaron -en el canal de cine doblado al tailandés- la película del creador del DeLorean y estuve haciendo guasa de aquello con McFly una mañana. Y el punto cómico del asunto -porque el humor es necesario y también ayuda- fue que cuando llevaría unos cinco días ingresado, y en un estado cada vez peor, noté que algo crecía en mi interior. Y su ubicación quedaba demasiado al sur de donde suele atacar el coronavirus.
Detrás de la taza del váter había un espejo, por lo que cuando uno iba a orinar no podía ver reflejada su cara, pero sí al pelado. Y noté que el trozo de carne había crecido mucho, tanto que me recordaba a aquella escena de Sylvester Stallone en Demolition Man corriendo en pelotas con una llave inglesa entre las piernas.
Al principio aquello me parecía curioso, pero ya tuvo mucha guasa cuando cada día el instrumento ganaba unos centímetros. Una mañana vi a McFly pasando una fregona por el suelo y me reí imaginando en qué pasaría por mi cabeza si el siames se hubiera puesto el mocho en la suya y me hiciese morritos. Ya lo decía Tormund, en una situación de escasez lo que impera es la improvisación.
Más allá de las bromas que se me ocurrían acerca de la sensación vigorizadora del virus, un amigo que es médico me dijo que podía ser un efecto secundario normal, ya que al haber un aumento del flujo sanguíneo eso puede notarse ahí abajo.
Mientras, en las noticias el Gobierno empezaba a asumir que había casos que no podían relacionarse con los fiesteros o los estadios de boxeo, aunque aún daban cifras de contagio centradas en esos focos infecciosos.
Tras haberse disparado las infecciones a 188, empezaron a estabilizarse en cien casos nuevos diarios. Las autoridades dijeron entonces que esperaban que los contagios se mantuvieran estables y que, tras una temporada alrededor del centenar diario, cayeran y a finales de abril se llegase a los casi 3.000. Dieron en el clavo, ¿cómo fueron capaces de predecir lo que ocurriría? Imaginen.
En las noticias se hablaba de cómo los siameses le llevaban la contraria al Gobierno en todo. Si el general y primer ministro Prayuth Chan-ocha recomendaba no abastecerse de víveres, ellos llenaban los supermercados. Y el aburrimiento en casa dio origen al fenómeno Tik Tok en Tailandia, que aquí nació con el reto viral de bailar un clásico de la música folklore con pechuga, pero desde casa y con estrafalarias puestas en escena. La mujer de McFly ponía esa música a todas horas en las charlas por videoconferencia que tenían durante bastantes horas. Una pena, eso sí, que ella no bailara el tema frente a la cámara para deleite de su marido y, por qué no decirlo, del que escribe también.
Desgraciadamente, tuve que dejar de ver comedias pese a que me ponían de buen humor. Pero es que si me reía era incapaz de aguantar la tos y al final acababa siendo muy doloroso. Hable con el Palo, un colega de la infancia y que también está en el ramo médico, y me dijo que tenía que intentar inspirar aire hasta que no pudiera más y tratar de retenerlo en los pulmones. Al quinto y sexto día era incapaz de hacerlo, y es que cuando el aire empezaba a entrar en mis pulmones me ahogaba y tosía como un loco.
Los médicos no lo veían nada claro y ya dejaron de hablarme de la fecha para volver a casa. Yo, no obstante, seguía enrocado en la idea de tener síntomas de cinco a siete días, y ya optaba porque fuera una semana entera. Pero lo peor estaba por llegar.
Luz verde a empezar con el tratamiento experimental
Cuando se cumplió mi octavo día con síntomas, Prayuth anunciaría el estado de emergencia en Tailandia, cuyas acciones aún estaban por determinar. El general salió en televisión para imponerlo pero comentó que aún no había pensado en las medidas a poner en marcha y que ya avisaría otro día, con un par.
Yo estaba algo algo decaído por cómo se alargaba la enfermedad. Además tosía y no podía inspirar mucho aire, si bien solo respiraba de manera extraña cuando tenía fiebre. La médico me llamó.
—¿Cómo te encuentras hoy?
—Igual, no estoy mal… pero tengo fiebre.
—Sí, no es normal. Tú caso no es leve.
—¿Han llegado ya los resultados de mis pruebas?
—El análisis de sangre es correcto —paró la doctora unos instantes—, y los pulmones están dentro de unos valores razonables.
—¿Significa eso que están al límite de lo admisible?
—Significa que están… normales. Bueno, normales no. Pero sí dentro de valores normales.
Traté de quitarle hierro al asunto y relajarme, no podía hacerse gran cosa. McFly, que parecía haber mejorado en los síntomas del Covid19, empezaba a tener fiebre nuevamente y tos. Seguía inflándose a pastillas.
Antes de mediodía llegó un médico con quien no había hablado antes con una enfermera y la máquina de electrocardiograma que habían usado con McFly hacía ya una larga semana. Me dijeron que iban a empezar a darme un tratamiento experimental que duraría siete días.
La prueba de la representación eléctrica del corazón otorgó valores normales y con la comida llegaron unas cuantas pastillas. Cómo no, se trataba del mismo remedio que en Europa decían que funcionaba y que había avalado Donald Trump. Hidroxicloroquina y azitromizina. En total siete días, lo que supondría consumir dos gramos del antibacteriano y 600 miligramos diarios del polémico antipalúdico. Me tomé las pastillas a capón y deseé que hicieran efecto. Y lo hicieron.
El optimismo, otra vez, se enturbia
Pudo ser casualidad o que el tratamiento empezó a hacer efecto el primer día, pero aquella noche fue menos pesada de lo normal. La fiebre dio algo de tregua y no pasó de los 38,5ºC, y al levantarme por la mañana estaba muy poco por encima de los 37ºC. Vinieron a hacerme la radiografía diaria y pude inspirar algo más, todo era positivo.
La recuperación estaba en camino y esperaba lo mejor, pero en cambio lo que venía iba a ser un mazazo con el que no contaba. La médico me llamó y me dijo que era una buena señal que mostrara temperaturas más relajadas, pero que había un problema. Tenía numerosos infiltrados pulmonares y ya se había producido un daño destacable que era imprescindible controlar. Colgué el teléfono y me derrumbé en el camastro.
Hable con unas pocas personas para comentarle el cambio en las reglas de juego. “Aguanta, tío, tú solo aguanta”, me decían algunos amigos. Me puse los auriculares y pulsé a reproducir lo que fuera en una de mis listas de música. Recuerdo que sonó el Kickstart my Heart de los Mötley Crüe. Menos mal.
Al cabo de una hora entró un médico con su equipo de protección. Era la primera vez que me visitaba un doctor en solitario y sin equipamiento tecnológico. Venía simplemente a hablar.
—He venido a conoceros —se presentó como el jefe de equipo—, a través de vuestra doctora sé cual es vuestra situación.
—Sé que lo habéis pasado mal, pero tenéis que estar bien.
Aquel tipo tenía un espíritu de esos que parece que, de tanto brillar, casi puedes ver un aura a su alrededor. Habló un buen rato con McFly y le ayudó acerca de lo que tenía que hacer.
—Y tú eres Luis, ¿verdad? —dijo al dirigirse a mí—. Se que hoy no te hemos dado la mejor de las noticias.
—Así es, daño pulmonar. No sé si he de preocuparme.
—Sería un necio si te dijera que no es nada, porque es serio, pero también te digo que lo tienes todo de cara. Empezaste ayer el tratamiento, antes de que hoy viéramos que tenías infiltrados importantes. Eres un tipo joven y fuerte, me han dicho que practicas Muay Thai y que estuviste en la maratón de Bangkok, ¿verdad? Además no tienes enfermedades congénitas y también que estás comiéndote todo lo que te ponemos. ¡Venga! Vas a salir de esta situación si pones de tu parte, no dejes que la enfermedad te anule. Ahora, más que nunca, necesitas estar animado.
¿Qué quieren que les diga? El tipo era capaz de convencer a cualquiera. Y se había estudiado todo muy bien antes de venir a visitarnos. Lo había hecho, además, cuando yo estaba en mi peor momento. Me dejó de piedra que supiera que hago deporte, pensé que cuando lo dije en uno de los cuestionarios previos era simplemente papel mojado, la típica pregunta de circunstancias.
Desde entonces, todo fue a mejor. La fiebre bajó y esa noche dormí de un tirón. Al día siguiente amanecí sin temperaturas fuera de lo normal, la recuperación era real. En el lavabo vi que el flujo sanguíneo seguía yendo a toda mecha y me hizo reír sin necesidad de toser. Y respiré aliviado al pensar que quizás lo peor ya hubiera pasado.
Los últimos días en el hospital
Aún tuve que estar tres días más en el hospital para corroborar que los síntomas estaban mitigando. Aquel primer día que me levanté sin fiebre y con mejor respiración tuve que darle un tirón de orejas a McFly. Cuando me llamó la médico para felicitarme por el inicio de la recuperación, me preguntó por mi nivel de oxígeno en sangre. Le contesté extrañado.
—¿Cómo dice?
—Sí, me gustaría que te tomaras el nivel de oxígeno en sangre, tenemos entendido que ha estado bien todos estos días.
—¿Se refiere a la máquina donde pones el dedo y te da un valor?
—Esa misma, tenéis una en la habitación.
Recordé que McFly tenía una máquina muy grande que medía varios valores.
—Creo que mi compañero la usa.
—Sí, esa misma, las enfermeras la trajeron para que os pudiérais medir el nivel de oxígeno y avisarnos si bajaba de 95.
—Yo no sabía nada de eso…
—¿Perdón?
—Pues eso, que yo no la he usado —ya nos habíamos perdido otra vez en el laberinto lingüístico—, ¿quiere que lo haga ahora?
—Sí, por favor.
—McFly, ¿puedes pasarme esa máquina? —le dije a mi compañero señalando el armatoste—. Y dime cómo funciona.
Puse el dedo dentro y el trasto dijo que estaba a 94. La doctora se quedó callada, pero al fin y al cabo ya daba igual. Si tuve los niveles de oxígeno muy bajos, en aquel momento ya no importaba. La zona de peligro ya la había dejado atrás.
A la tarde, leí que mucha gente estaba enviando regalos o dulces al profesional sanitario. Así que junto con mi gente pedimos un montón de donuts de la marca más deseada en Tailandia para todo el equipo de mi planta, al fin y al cabo se portaron muy bien conmigo. Me llamaron para darme las gracias y me preguntaron qué tal estaba mi estómago. Tuve que reconocer que tenía muchas náuseas y diarrea, son efectos secundarios de la hidroxicloroquina, altamente tóxica. “Entonces no puedo darte uno”, lamentó. Le dije que si quería hacerme feliz podía intentar cambiar mi menú de comidas occidental por uno asiático. Y ese día por fin volví a comer arroz y picante en una cena precocinada en una caja que me supo a celebración.
Lo peor, como he dicho, ya había pasado. Pronto podría abandonar el hospital y continuar la cuarentena en mi casa. Pero me quedaba el sabor agridulce de que, mientras yo había salido adelante, en Europa no paraba de aumentar la cifra de muertos. Yo había descubierto en mis propias carnes que el Covid19 no era una gripe estúpida. Ni siquiera sé si el tratamiento experimental funcionó a las mil maravillas o fue pura coincidencia, pero me alegro de haberlo tomado. Lo que no dudo es que este virus es muy destructivo. Y lo peor de todo es que aún no sabemos realmente casi nada de él.
Sigue leyendo la tercera parte de esta historia en este enlace
Muy interesante!Espero que te recuperes del todo!! Animo!! Cuídate mucho!!!
Mi nombre, Xavier, cocinero residente en Bangkok. Un Saludo!!
Se podría decir que ya estoy plenamente recuperado, un mes después de haber escrito esto. Y me alegra saber que cada vez hay más cocineros de nuestra tierra por aquí, ya me dirás dónde trabajas, ¡saludos!
Lo del ministro tailandés y la nariz asomando por la mascarilla, ya te lo digo yo : se te empañan las gafas sino te la pones bien! jajajajajajaja
Es cierto que cuando me pongo las gafas de sol he de controlar que no se empañen. Pero bueno, ahora parece ser moda por aquí -y por todo el mundo- lo de que asome la nariz, jajaaaa.
Hola, me alegro mucho que estes recuperándote, vaya jaleo! Con la que está cayendo se me hacía raro que no escribieras y me dio por pensar mal, pero luego pensé que igual estarías en Filipinas u ocupado en otros temas.
Yo era de los escépticos al principio pero ahora mismo en casa aplicamos las reglas de bioseguridad que solemos hacer en mi curro cuando queremos mantener una enfermedad controlada, soy veterinario. Este virus ya ha cambiado el 2020, y vamos a ver qué más.
Mucho ánimo y esperemos que Tailandia no cometa los errores de otros países por la manía de “salvar la cara”. Confío en los tailandeses que son más juiciosos que sus politicos.
Hola Xabier. Pues, sin duda, los siameses en muchos casos no tienen demasiado que ver con sus políticos. Aquí igualmente llevan mucho tiempo sin preocuparse demasiado por el virus ni las distancias sociales, pero siempre llevan mascarilla.
El motivo por el que aquí los contagios son menores es imposible de conocer. Algunos científicos han llegado a decir que incluso la suerte puede ser responsable.
Y, bueno, es cierto que estuve demasiado tiempo sin escribir por aquí. El pasado año estuve bastante en Filipinas, pero también en otros lugares y enfrascado en otros asuntos. Ahora quiero retomar bien el blog.
Luis, me comi de un tiro tu historia. soy argentina y estuve hace dos años en Tailandia. Comence a tiritar yo también mientras te leia. Espero que estés completamente recuperado en breve y desde hoy comenzaré a seguir tus notas. Un cariño muy grande desde aqui, donde, a pesar de nuestra cuarentena de ya mas de un mes, recién estamos comenzando a ver como aumentan las cifras de infectados.
Muchas gracias por tus palabras, Patricia. Animan a seguir escribiendo, tengo a muchos amigos en Argentina y el panorama tampoco era bueno, ¡mucha suerte por allá!
Un articulo genial 😀
¡Gracias Charly!
Soy Tito, Luis.
Lo primero GRACIAS, gracias por tan estupendas historias que en mi caso me interesan doblemente x ser Bangkok una ciudad muy especial para mi y de la cual siempre quiero aprender.
Estaba muy intersado en conocer los detalles de tu estancia en el Hospital ya que yo hace unas semans estuve internado una semana no en uno, en dos Hospitales de Munich debido a una piedra en el rinon.
Pero no es mi intención contar mis penas, que fueron muchas y muy dolorosas, sino más bien el contrastar la situación de la Sanidad y aclarar que visto tu relato y como sospechaba la Sanidad y los Hospitales en Tailandia LE DAN MIL VUELTAS A LOS DE ALEMANIA.
No voy a entrar en detalles sobre la habitación compartida, la comida y los servicios disponibles pero lo resumiré todo con una palabra: HORROR.
Lo curioso, y no tan curioso de todo esto, es lo bien que trabaja Alemania la Imagen de País y lo conscientes que son de su importancia de manera que si a cualquier ciudadano, ya sea tailandés o espanol, le preguntas sobre la sanidad en Alemania te hablará maravillas.
Lo cierto es que si bien la Sanidad es una VERGUENZA en algo nos dan mil vueltas, tanto a tailandeses como espanoles. Y es lo bien que organizan a nivel de Gobierno y la cultura popular del respeto a la nación (y eso incluye a los politicos).
Asi que se puede concluir que aún teniendo estercoleros que llaman Hospitales han tenido una gestión (politica) del COVID memorable.
En Alemania hay también muchas cosas buenas pero te puedo asegurar que la Sanidad no es una de ellas y no sabes la SUERTE (entre comillas x el rato malisimo q pasaste) que tuviste.
Un abrazo y espero que te recuperes completamente.
¡Grande Tito! No me extraña lo que me cuentas, recuerdo que lo pasaste mal en tu última visita por aquí precisamente por ese mismo problema.
La sanidad pública tailandesa, para lo que podría ser, está bien. O muy bien según se mire. Siempre pongo el ejemplo de un amigo boxeador que tuvo un percance horrible en un pie y lo llevaron al Chula, donde yo estuve, y en pocas horas le estaban operando. Cuatro horas de quirófano después y con hierros dentro del pie, pudo respirar aliviado. Tras recuperarse, todo quedó en su sitio. ¿La factura? Unos cien euros. Eso sí, le mandaron a su casa sin post-operatorio porque el hospital estaba colapsado y no había sitio para él.
En Alemania debería estar mejor, la verdad. A ver si nos vemos a finales de año, si es que puedes volar. ¡Abrazo!
Que paciencia Luis… Yo con esas fiebres, le meto la tv por el cu… ?
Me alegro de saber que el bichito está en Jake Mate…
Esperando leer el 3ro… ?
Si te soy sincero… yo en algún momento también me puse de los nervios con lo de la tele. Pero luego veía lo destrozado que estaba el pobre hombre y no le decía nada. Lo importante es que él también salió del hospital sin tener que lamentar nada.
Maestro, aqui hay algo interesante… A ver si en vez de Kamagra, vamos a poder sacarle partido a la hidroxicloroquina cuando pase esto del vírus…. Hay que ver ese tema!!!
Las acciones de Sanofi van a subir como la espuma… o más bien como lo que sube la Viagra.
Coño menos mal salisteis bien y el Mcfly que le paso? No se sabe a que futuro irá, seguirá en el tailandes o será uno más occidental?
Del bueno de McFly solo sé una cosa, que es lo más importante: salió del hospital por su propio pie. Y eso ya es de celebrar.
Si es verdad