El hombre de la camisa
Quiero pensar que en la universidad yo gastaba la imagen de un tipo peculiar. Aunque lo que se decía era más bien que lo mío era un esperpento. Llegaba cada mañana con una viejísima furgoneta roja más propia de ir al currelo y luciendo pintas de haber salido de un after, con el pelazo teñido y piercings hasta en la boca. El pitillo siempre entre los labios y la voz cazallera, cómo no. Y nunca iba con camisa.
En realidad casi nadie iba con camisa en mi facultad. Se veía hasta raro. Recuerdo cuando mi compa Marquitos llegó un día diciéndome que no se fiaba de su nuevo compañero de piso en la villa universitaria.
—He abierto su armario y no me gusta lo que hay ahí.
—¿Esconde cadáveres?
—Peor —suspiró Marquitos—, ahí dentro solo tiene camisas. Muchísimas.
—No jodas, ¿camisas formales con 20 años?
—Sí tío, de esas que se meten por dentro, como para ir a una boda.
Aquel fulano que vestía siempre de oficinista gris resultó luego ser uno de esos que se exilian las noches en los lavabos pintando sobre las tazas de los váteres, aunque pese a sus formalidades y sus adicciones en realidad era un tipo majísimo.
Al año siguiente, eso sí, me compré mi primera camisa. Estaba de moda David Bisbal y en mi barrio empezamos todos a comprarnos camisas arrugadas y horteras como las suyas para ir a la discoteca a bailar el Bulería a ver si con eso le hacíamos tilín a alguien. Solo que ni éramos tan guapos ni bailábamos bien, por lo que lo común era volver a casa oliendo a vodka y sin marcas de carmín. Así que pronto volvimos a lo de vestir camisetas. Algunos optando por las más cantosas, claro. Pero sin botones.
Unos cuantos años después yo era periodista económico y vivía en el centro de Barcelona. Me acercaba a ese ocaso del veinteañero que tan bellamente relató David Trueba en Cuatro amigos, y miraba con sorpresa a aquellos amigos que colgaban las pinturas de guerra y se retiraban de ese mundo de la noche que a otros tanto nos fascinó siempre.
Ese duro momento en el que ves que gran parte de la gente que quieres, amigas y amigos, dejan de salir para abrazar la formalidad yo lo viví buscando billetes para largarme lo más lejos posible. Mi compa el Rana decía en el barrio que lo mío era una crisis de caballo al haber cumplido los 30. Pero el análisis que más gracia me hizo fue el de mi vecino el Palo.
—Tú lo que no quieres es convertirte en el hombre de la camisa.
Se relamía al explicarse el bueno de Palo, con su pose de psicólogo titulado pero con la bohemia que le dio el haberse demorado una década y media para sacarse la carrera porque tenía otros planes. Según él, el hombre de la camisa es ese que empieza a darle importancia a aquello que antes no le importaba un comino porque el tren de la la vida ya ha avanzado pero él se ha quedado tirado en la parada anterior sin saber qué hacer.
Es ese tipo que a sus treinta y tantos mal llevados no sabe salir de aquello que ya no es para él. Ya no tiene amigos para salir a las discotecas a las que iba antes y tampoco piensa como cuando tenía veintipocos y le daba igual casi todo porque no tenía canas ni arrugas. Así que para compensar la mella que hizo el tiempo en él se compra una camisa, la más bonita, a ver si vistiéndose de seda la mona se adecenta.
—El hombre de la camisa es ese tipo que se aposenta en la barra con un cubata, ajustándose la camisa que se ha comprado con la esperanza de que alguien le haga caso, pero al que todos miran frunciendo el ceño porque ya no pertenece a ese lugar.
Si me preguntan a mí, yo siempre diré que me largué a Asia porque siempre tuve la idea de irme a otras tierras muy lejanas. Y que si no lo había hecho antes fue porque yo, acostumbrado a servir copas y currar en almacenes para pagarme la vida estudiantil, logré el sueño de poder pagarme las copas y los arroces escribiendo en prensa regularmente.
Engalanado de espíritu aventurero y pese a la supuesta crisis de los 30 a la que aludía el Rana, decidí largarme a Asia con lo puesto tras recibir calabazas por parte de varios medios de comunicación que no querían allanarme el camino y contratarme en China. Mi idea era mudarme a Taiwán, pero en el último momento decidí que Tailandia sería el lugar. Por aquello del afán por descubrir y conocer.
Palo se reía ante semejante afirmación por mi parte. “El hombre de la camisa, lo que no quieres es convertirte en el hombre de la camisa”. Mi compa insistía en que mi periplo a Asia no estaba tan relacionado con la cultura y el descubrimiento, sino con la vibrante noche asiática y subir de revoluciones mis escapadas gambiteras.
Con los años, mi querido Palo acabaría sentenciando que yo llegué a Tailandia por la parranda pero que acabé quedándome por la divulgación. Quizás porque acabó fascinándome ese teatro que es Bangkok, en el que da igual qué día te mezcles con el bullicio, siempre habrá algo que te sorprenda. Y es que no solo es noche esta ciudad.
El Turbinas me lleva a las alturas
Mi primera semana en Bangkok la viví a fuego con Rócher, que había decidido viajar solo por el sureste asiático e hizo coincidir su viaje con el mío. En aquella época yo entrenaba Muay Thai a destajo y nos dedicamos todos los días a quemar las noches de Bangkok para sudarlo todo al día siguiente golpeando y sufriendo.
Nuestro entrenador lucía un prominente bigote y una barriga que ni Jesús Gil, y cargaba siempre con un retrato suyo donde se le veía en una foto habiendo ganado un cinturón en el estadio más antiguo de Tailandia, se le reconocía porque mantenía el bigote. A veces también llevaba un palo y perseguía a mi querido Rócher cuando se trataba de escaquear detrás de un saco para no pegar más rodillazos.
Cuando me quedé solo decidí conocer gente. En aquellos años había páginas de intercambio de idiomas y conocí a una tutora que me llevó a una cafetería en el centro de Bangkok. Me senté ahí con ella una hora y en la mesa de al lado un tipo con un ordenador no paraba de mirarme intrigado. Y cuando me levanté para irme se alzó él también y me preguntó.
—Hey buddy, where are you from?
—Spain.
—Vaya, español como yo. Soy Torete, ¿qué haces mañana?
Aquel tipo de afeitado militar y brazos prominentes me dio su contacto y me preguntó si quería irme de fiesta al día siguiente. Me comentó que se había hecho al lugar y que sus amigos eran mayoritariamente siameses menos uno. Me citó en Thong Lor al día siguiente y por supuesto me apunté.
Nada más llegar al lugar Torete me acogió y pronto me vi rodeado de tailandeses veinteañeros tomando copas en un garito bastante majo. Mi anfitrión me presentaba a unos y a otros. La discoteca era preciosa, la gente guapísima y amable, las copas baratas y el ambiente lo suficientemente embriagante como para saber que esta maldita ciudad era mi lugar. Allí no había ni rastro de los hombres de las camisas. Aunque faltaba la guinda que Torete me tenía preparada.
—Aquí en Bangkok solo me junto con otro español, va a venir ahora.
—¿Cómo se llama?
—Más bien cómo le llaman. El Turbinas. Le gusta llegar tarde.
Al cabo de un rato llegó un tipo muy hispano, de cresta elegante y camiseta cantona en la que embutía su físico ibérico. Era ya la una de la madrugada. Turbinas me dijo que le gustaba tanto el mañaneo de Bangkok cuando todos los gatos son más que pardos que, para llegar en forma, se pegaba una siesta antes de salir, como un señor. Y luego aparecía a la una cuando el personal ya iba beodo. Y es que lo común en Bangkok es quedar a las 22 como muy tarde.
A partir de ahí viví una película. Torete y Turbinas me llevaban de discoteca en discoteca a bordo de taxis donde ponían subían el volumen de la música, reían y contaban historias. En cada garito se hacían con una botella de Red Label y el Turbinas elaboraba unos mejunjes de whisky, cola y el Red Bull tailandés, que es un como un jarabe concentrado sin gas que te pone como un toro. Hasta que me dijeron de tomar el montacargas.
Eran ya las seis de la madrugada y volamos hasta el callejón primero de la avenida Roi Mueang, entramos en un restaurante extraño y tomamos un ascensor lentorro que parecía de carga. Al abrirse la puerta había una discoteca enorme con muy poca luz y la música a todo trapo. Estaba todo petado, pero en el centro de la pista había una mesa libre con un cartel donde ponía Turbinas. Al muy canalla le guardaban una mesa en mitad de todo el meollo.
Fui al baño por enésima vez y dejé a los compas ahí sirviendo copas, pero cuando regresaba del minjitorio parecía estar la mesa atiborrada de gente. Se veían cinco siluetas muy altas, pero como las luces estaban tan bajas no acerté a ver quienes eran. Hasta que aterricé en la mesa y me di cuenta de que eran cinco bellísimas damas.
—¿Y estas tías? ¿Quiénes son?
—Son buenas amigas nuestras —relataba Turbinas mientras Torete se iba a lo suyo—, nos juntamos mucho por aquí.
—No sabía que las tailandesas fueran tan altas.
Turbinas frunció el ceño y se rió.
—¿No te has dado cuenta?
—¿De qué?
—Pues de que todas tienen colita como tú.
Así era la noche tailandesa hace más de una década. Bueno, en parte sigue siendo similar. Libre y salvaje, pero también muy heterogénea. Dispuesta a aceptar a todo el mundo y a que la normalidad arrolle lo que en otros lugares se miraría con ojos extraños. Porque al fin y al cabo, ¿qué puede haber más normal que tres tíos de copas compartiendo risas y bailes con cinco amigas sin importar su pasado?
Torete y Turbinas acabaron siendo íntimos y tejimos los hilos de una amistad como pocas. Y gran parte de mi aprendizaje y de lo bello que fue mi primer año en Bangkok se lo debo a ellos. Porque en Bangkok a veces da igual el lugar del que procedes o lo que tengas. La capital siamesa es ese lugar donde, a veces, no importa quien seas.
Tras casi 14 años desde aquel momento puedo decir que Tailandia me alejó de ser aquel hombre de la camisa que me relataba Palo. O quizás me engañe a mí mismo. Porque la camisa me la enfundé. Y ahora mi armario está lleno de camisas y más camisas. Pero esa es ya otra historia.
Continuará.
Qué buena crónica, Maestro Luis!
Y cómo se echa de menos el Bizarro!
Feliz y muy canalla 2025!
siempre bien
Se echaba de menos tus post amigo
Por fin un nuevo post, Gran Luis!
Muy bueno como siempre e ilustrativo, no sabía yo la historia del inicio del Dream Team Tailandés, hehe, aunque sí sabía de los 2 personajes, Torete y Turbinas, también unos unos cracks.
Creo que por esas fechas más o menos nos conocimos también.
Aún había lugares más tenebrosos y curiosos, como aquel al que se accedía a las 5 o 6 de la mañana subiendo por unas escaleras de incendios, pasando un filtro de video vigilancia, tras tocar un timbre camuflado.
Qué tiempos aquellos…
Se echaba de menos un post en Bangkok Bizarro. Gracias!!
Grande, mi Poncio. Me he disfrutado mucho la lectura. Larga vida a Bangkok Bizarro.