“De mayor no quiero ser cantante, quiero… ¡casarme con un farang!”
Piloto de naves espaciales. De las que disparaban rayos láser en las películas del espacio. Cuando era niño yo no soñaba con ser uno de esos astronautas horteras que daban saltitos sobre la Luna. Yo lo que quería era pilotar esas naves espaciales que luchaban contra los marcianos. Eso respondía yo cuando no medía ni un metro de alto y me preguntaban qué quería ser de mayor.
No sé si la empanada que llevaba en la cabeza cuando tan solo era un chaval me impedía ser más realista y soñar con ser bombero, policía, actor o cocinero. Mi amigo Cristian, siempre embutido en un cuerpo dos veces del tamaño del mío, no paraba de repetirme que lo mejor sería ser cocinero. Así podría comer pasteles todo el día. Por supuesto, a Cristian el romanticismo en su futuro le importaba un comino. Cristian sólo quería hacer realidad sus más oscuros deseos terrenales y particularmente gastrointestinales.
Lo que ninguno de mis amigos contestaba cuando le preguntaban qué quería ser de mayor es follaviejas. No. Nunca nadie dijo soñar con lo maravilloso que sería hacer de Dinio y bañar en dinero a cambio de pasar por la menopáusica piedra de una señorita sexagenaria, ricachona y aburrida.
Pero en el Reino de Siam siempre acabas por descubrir algo que te hace caer de la silla. La sociedad tailandesa también se cayó de la silla cuando se publicaron los resultados de una encuesta infantil en la que se preguntaba a niños y niñas de Isaan qué querían ser de mayores. Los niños lo tenían claro. Policía. No es una gran noticia teniendo en cuenta la corrupción reinante en los cuerpos policiales, pero tenía un pase.
El dramón fueron las niñas de Isaan. La mayoría no querían ser cantantes. No les interesaba salir en la tele. Tampoco pensaban ser peluqueras como decía mi prima. La respuesta mayoritaria fue inesperada. “Casarme con un farang”, coincidieron.
Al fin y al cabo la encuesta sólo ponía de manifiesto uno de los problemas gordos -y no hablo de los gordos ingleses buscando putas- de Tailandia. La imagen para muchos tailandeses de que todos los extranjeros de pelo en pecho tienen dinero y que casarse con uno de ellos es como que te toque la lotería. La gran mayoría en Isaan no ha oído hablar del mileurismo o de la cola del paro en España. La gran mayoría ha visto ‘Sensación de vivir’ y se ha pensado que todo Farangland es como un Beverly Hills gigante.
Pero para entender a estas niñas hay que viajar a Isaan. Hay que hablar de Isaan, la zona más pobre de Tailandia.
Isaan es la región más pobre de las cinco que conforman el país. Se encuentra al noreste, en plena frontera con Laos y pese a ser una quinta parte del territorio, cerca de una tercera parte del pueblo tailandés procede de Isaan. He aquí algunas de sus características:
-Son gentes muy pobres y representan un tercio de la población del país.
-En agricultura, Isaan es como la tierra donde pasó el caballo de Atila. Vamos, que allí no crece ni un tulipán.
-Hablan una lengua diferente que se parece más a la propia de Laos que al tailandés estándar.
-Un insulto común en Tailandia para llamar estúpido a alguien es decirle que tiene una ‘educación de Isaan’.
-La piel de la gente de Isaan es mucho más morena que la del resto del país.
El hecho de la piel cuenta más de lo que imaginan. Ese color oscuro en la piel de la gente de Isaan. Y es que, desgraciadamente, en este país se mira con lupa la piel de cada uno. Si el color de tu piel es pálido has ganado. Si es oscuro, la cagaste. Tal es la fijación por el color de la piel que los supermercados están llenos de cosméticos blanqueantes -con un éxito de pena al ver que todos siguen igual de morenos- y que en los informativos de la tele suben el contraste de las cámaras para que los presentadores se vean blancos como si los hubiesen limpiado con Ariel.
Una tailandesa de piel morena jamás podrá casarse con un blanquito de piel. Una tailandesa de escasos recursos económicos tampoco podrá optar a un novio con un buen poder adquisitivo. Eso deja a la gran mayoría de muchachas de Isaan en clara desventaja. Y eso que las gentes de su región son una tercera parte de la población.
Pero la mecha que hace arder esta mezcla explosiva son los extranjeros. Si en Tailandia la piel morena no gusta, a los occidentales les encanta. Sobre todo a los ingleses. Miren lo rosas que se ponen tras tostarse al sol de España o de Tailandia para acabar por lograr un buen quemazón. Y lo de las dificultades económicas tampoco es problema para el hombre occidental. El mismo tipo que se quema al sol lloraba cada vez que leía ‘La princesa prometida’ y siempre quiso ser un caballero andante que rescatase a una joven princesa en apuros. Si esa joven princesa sale de un bar de luces rojas y va vestida en paños menores no es problema…
Y aquí aparece la ecuación perfecta. La muchacha de Isaan busca a su extranjero sin complejos, y el extranjero de turno a su chavala de ojos rasgados. Todo sería perfecto si no fuese porque, al final, lo que más proliferan son parejas de señores ya entraditos en carnes y años con jovencitas morenas. ¿Por qué?
Una imagen vale más que mil palabras. Esta es una casa tradicional de cualquier villa de Isaan. En concreto, esta es una de Udon Thani, la provincia que ostenta el récord de farangs registrados en toda Tailandia. Normal, con tanto señor casado. Pero en esta casa no hay ningún farang…
Los farang están en casas como la siguiente. Construyen mansiones a sus muchachas, y ellas se lo agradecen con un hermoso matrimonio. No es sólo la casa. Es también la dote que el farang de turno paga a la familia y que puede llegar a ser de 30.000 euros. Y muchas veces para agradecer a los padres haber criado una chica tan buena. Aunque trabajase en un bar ligerita de ropa. Todo lo hacía por ayudar a su familia y no por ganar dinero fácil en un par de horitas para luego andar holgazaneando el resto del día. Claro.
Vale, reconozco que no todo es tan trágico. No todas las chicas de Isaan se casan con tipejos que les sacan treinta años. En realidad son las menos. Muy pocas. La gran mayoría de muchachas ni siquiera desean saber nada de esos asuntos. Pero es culpa de estos farangs -mayoritariamente esas gentes rosas de tanto tomar el sol y de origen anglófono- que un occidental común está mal visto en Tailandia.
Por culpa de esos compradores de matrimonios luego muchas tailandesas se lo piensan dos veces antes de empezar algo con un occidental. No quieren que las confundan con señoritas compradas. No quieren que las señalen como si fuese ‘la bien pagá’. No les interesa que las confundan con las chicas de los bares de las luces rojas. Por eso, si tienes una novia tailandesa de tu edad y, además de quererte, jamás te pidió un duro, considérate afortunado. No sólo le gustas. Sino que le gustas tanto que incluso le da igual si hablan mal de ella.
Que gran temazo este de las señoritas de Isaan. Jeje jeje