El día que, ahogado, pude haber palmado en Tailandia
A uno desde que es pequeño le dicen que hay lugares en los que vale muy poco tu vida. Y estoy de acuerdo. Imagino que las carreteras de montaña en Afganistán no son ninguna garantía de seguridad. Pero de ahí a que cuando vayas a dar un trago de agua en una fuente pública en Bangkok venga un extranjero corriendo a decirte que evites enfermar ahogado por agua contaminada, pues vamos, hay un buen trecho.
Sendas carcajadas te asaltan también al leer en la Lonely Planet frases como “la única medida de prevención eficiente contra las enfermedades de transmisión sexual en Tailandia es la abstinencia”. Seguramente quien la escribiese sufría de desamor cuando visitó el país.
Precisamente, en los primeros cinco días que llevaba viviendo en Bangkok, un amigo que me acompañó en aquella primera aventura me comentó que en menos de una semana habíamos incumplido todas las estupideces que dicha pseudo-guía recomienda encarecidamente.
Para lo único que sirve el tomo azul es para sacarme una sonrisa cuando veo a un guiri con pantalones a lo explorador Livingstone exigiendo a una anciana vendedora de fruta de la calle que la fruta se la dé pelada. Y esperando que ella le entienda en inglés.
Tailandia es un país seguro. Relativamente seguro. Y si te has criado en una barriada de extrarradio barcelonés, te parece extremadamente seguro. Pero eso no quita que hayas de andarte con ojo.
Algunos dicen que es el tráfico. Bueno, a mí un taxi me atropelló y choqué contra su capó para luego caer por el suelo como en las películas, pero esa es otra historia. Otros hablan de algunos viajes con cuestionables medios técnicos. Para mí, es el agua. El mar de Tailandia.
Sobre todo, tras el día en que pude haberme reunido con el creador por haberme ahogado en mitad del mar.
¿Ahogado y solo en alta mar?
No se me da bien lo de nadar. Y eso que me encanta el mar y el deporte, pero lo de la natación se me resiste. Puedo estar cinco asaltos sufriendo encima de un ring o hacerme media maratón de charla con un amigo en dos horas. Pero cuando se trata de ponerme a nadar, no aguanto ni veinticinco metros en una piscina sin quedarme sin aire. Simplemente, no se me da bien.
Y sin embargo, mi falta de destreza dentro del agua no fue de lo que yo me preocupé cuando en la isla de Koh Samed, en un típico paseo para turistas en barco a motor, nos ofrecieron bañarnos en alta mar para ver los peces y esas cosas que hacen los turistas. Armados con el clásico tubo de snorkel y unas gafas.
Mientras que el amigo con quien estaba de vacaciones se movía como pez en el agua -y nunca mejor dicho-, yo no me las apañaba con el equipo de respiración. Agarrado a una cuerda procedente del barco, intentaba hacerme con lo de respirar y sostenerme en el agua. Pero era inútil.
Volvimos al barco, que nos desplazó a otra zona. Exactamente, a la que se ve en la foto de arriba. Nos alejamos un poco más de la isla y el encargado de pasear a los guiris nos dijo que teníamos cinco minutos para volver a tirarnos al mar. Y yo, cabezón, lo hice.
Me tiré de nuevo, esta vez sin agarrarme a la cuerda. E intentaba -sin éxito- respirar con el tuvo. Una y otra vez. No había manera.
Lo que no me dí cuenta es que, mientras yo estaba ocupado con lo mío, todo el mundo regresó al barco. Y por algún extraño motivo, no se dieron cuenta de que yo seguía ahí abajo.
Lo siguiente que escuché fue el ruido del motor del barco, para ver cómo se alejaba después.
Me quedé sólo. En mitad del mar. Con un equipo de snorkel en la mano.
Tu vida a cámara lenta
No puedo negar que estaba aterrado en aquel momento. Miré a la costa y estaba a más de 150 metros. Lejos. Muy lejos. Y no había nadie en la orilla, por no decir de los alrededores. Hubiese dicho que estaba aterrado, pero ni siquiera opción de aterrarme tenía, ya que movía los pies y las manos como loco para aguantarme sin mucho estilo en el agua.
En mi vida he tenido momentos muy delicados. Como cuando tuve que salir por una ventana diminuta del Golf destrozado con el que habíamos caído por un barranco tras dar cinco vueltas de campana. O cuando viviendo en Lisboa me vi tendido en una camilla de hospital. Pero nada comparado a aquel momento en mitad del mar de Koh Samed. Lo de morir ahogado no era una pesadilla. Era una realidad palpable.
Aquel momento era uno de esos momentos en los que sabes que has de coger la situación por las pelotas o sino las bolas te las arrancarán a ti. No sé de dónde saqué la entereza, sería el instinto de supervivencia, pero logré mantener la calma y no entrar en pánico. Lancé el equipo de snorkel e intenté nadar en dirección a la orilla. Al menos estaba calmado el mar.
Pocos metros después vi que era imposible llevar aquel ritmo. Tuve que parar y casi no había avanzado nada en la típica posición de braza. Y fue cuando recordé que, cuando era niño, nadar se me daba mejor boca arriba.
Me di la vuelta y comprobé que no me hundía si movía los pies y los brazos de forma coordinada. Vi que tampoco me quedaba ahogado. Y que podía avanzar. La alegría que sentí fue inconmensurable.
Tardé una eternidad. Bien porque se me hizo eterno como por la escasa velocidad que llevaba. Pero logré salvar el pellejo. Cuando llegué a la playa, la alegría era tal que ni siquiera se lo comenté a nadie. La gente me preguntó, al otro lado de la isla, que dónde me había metido. Y no les conté la verdad.
Tailandia es un país seguro. Lo que me pasó a mí te puede pasar en muchos otros lugares. Pero el mar en Tailandia ha dado más de un susto a turistas despistados. A veces, me da por pensar qué habría pasado si no hubiese podido nadar boca arriba. Si me hubiese ahogado y al día siguiente estuviese la noticia en Thai Visa. Posiblemente. Pero en cambio estoy aquí para poder recordarlo. Y para temer al enorme mar.
Gracias a Dios que sobreviviste para contar tus historias en este magnífico blog…
Hola Luis
Que bueno que no te paso nada, pero realmente fue una gran irresponsabilidad del capitán del barco que no espero.
Realmente las aguas del mar las respeto y no es que no entre al agua pero nunca me voy muy profundo cuando voy a la playa.
Buenas, justamente hemos estamos estado este fin de semana en Koh Samed haciendo la misma excursion, lo gracioso es que le comente a mi mujer, aqui no nos recuentan en cada isla, te pueden dejar tirado y nos reimos…
Pues mira por donde te paso.
Bueno aprovecho para presentarme, hace un mes que estoy viviendo por BKK, estoy trabajando y con todo el proceso inicial legal y logistico de comenzar aqui. Cuando pase un poco todo esto estariamos encantados de tomar una birra contigo. Hemos leido monton el blog.
¡Hola Iñaki! Hablé con tu mujer por correo, espero que saliese bien aquello que me comentó. Cuando queráis hacemos esa birra, ¡saludos!