El peligro de la Viagra falsa de Nana
Sentado en el sofá de un salón que desconocía, mi amigo Moncho insistía una y otra vez en que yo debía relatar su historia. Sin moverse de su asiento, era incapaz de recordar lo que habíamos hablado diez minutos antes. Pero como cada vez que lo visitaba, me pedía que escribiese el descenso a su infierno tailandés. Lo que le había arrastrado a ese lugar.
Vestido en su eterno batín azul, anotaba en una libreta lo que hablábamos para poder releerlo después. Era la única manera que tenía para luego poder recordarlo. Maldita pastilla azul que cambió su vida. La misma que puede quemar más que el fuego azul de los mecheros.
En sus primeros años por aquí, a Moncho le había perdido lo de jugar con fuego, siempre repitiendo su frase favorita. “Qué país, amigo, qué país”. Pronunciada en su eterno acento uruguayo, luciendo su pelo engominado y con una rosa que asomaba a través del bolsillo de su americana.
Tenía el porte y la labia del mejor cuentista del Río de la Plata. Aunque su culebrón particular no lo protagonizaba en su Montevideo natal o en la Francia donde se crió, sino entre los callejones de Sukhumvit.
Antes de verse exiliado a un sofá y a una libreta, mucho antes, a Moncho ya le habían conocido en su hospital favorito. Su historial detallaba fracturas por las causas más variopintas. Correr por el parque de Chatuchak de noche con una bolsa cargada de joyas huyendo de la mafia, saltar a través de la ventana de una casa de arroz hervido tras meter mano en la chica equivocada o hacerse el gallito en una velada de Muay Thai.
Sin embargo, nunca pensó que una caja de Viagra falsificada fuese peor que todos aquellos que le obligaron a irse por piernas. Cuando lo vi en el hospital de siempre la última vez que ingresó, desolado y sufriendo amnesia anterograda -la pérdida de memoria reciente-, jamás imaginé que relataría su descalabro. “Has de hacerlo, Luis, la gente ha de saber con lo que juegan”.
Moncho no se llama Moncho en realidad. Ese y otros datos me veo obligado a modificarlos y mucho para que sea imposible identificar su identidad. Sí que es cierta su historia -aunque no los detalles que podrían desvelar su identidad- además de su porqué. Ya que es mejor saber con lo que muchos “juegan” en Bangkok. Su frase nunca pudo ser más certera. “Qué país, amigo, qué país”.
Una caja de Viagra y un hotel por horas
Ya lo decía Joaquín Sabina. A nadie le puede importar en cierto momento que uno tenga sus vicios. El vicio de Moncho era claro. Las mujeres. No fumaba, bebía un par de cervezas como mucho, y desde luego adicto al trabajo no era. Lo suyo era el sexo contrario.
Recién entrado en la treintena aterrizó en Bangkok, contratado por una empresa con la que anteriormente trabajaba en París, y ahí empezó su periplo. Desde que llegó aquí, dormía cada noche acompañado y nunca sin saber cómo se llamaba la del otro lado de la cama.
A pocos kamikazes he conocido del calibre del bueno de Moncho. Podía entrar en un 7 Eleven a comprar condones y acabar pidiéndole el teléfono a la chica del mostrador. O llevarse a la cama a alguna mamasan cincuentona y estropeada para que le presentase a chicas del club que regentaba.
Y su lugar favorito era, cómo no, Nana Plaza. Creo que lo recordaré siempre como el día en que, en plena calle, conoció a una ladyboy recién operada y se puso a inspeccionar el trabajo del cirujano bajo la luz de los neones. Lo suyo era ir sin frenos, nunca calibraba el peligro y se rendía al hedonismo de calle.
Jamás saciado, de vez en cuando tenía que pegarse un festín. “Cada cierto tiempo tenés que hacer un asado”, solía decir. Y sin duda él ponía toda la carne en el asador. Sus noches salvajes y casi inconfesables.
La rutina de sus homenajes siempre era la misma. Llegaba a la zona de Nana en taxi poco después de anochecer y, antes de nada, pasaba por el mercadillo callejero al lado de la charcutería humana del soi 4. Allí iba al primer tenderete que vendiese Viagra y compraba una caja. A veces de la famosa Viagra, pero también probaba Cialis, Tadalafil o la india Kamagra. Entraba luego en un 7 Eleven y se hacía con condones y una botella de agua para engullir, allí mismo, su primera pastilla del fuego.
Le gustaba notar la fortaleza química en sus pantalones cuando paseaba entre la gente. El siguiente paso era alquilar una cama en uno de los hoteles por horas que hay para los menesteres que se estilan en la zona. Subía a la habitación, miraba que todo estuviese bien y dejaba los condones y la caja de Viagra ya empezada.
A partir de ahí, entraba en cualquier bar de Nana Plaza y se llevaba a dos chicas por un par de horas al hotel. Las devolvía al bar y buscaba a otras dos. Igual se las llevaba de fiesta primero, pero acabarían en el hotel. Luego se buscaría a otras y así hasta que se cansase. “Qué país, amigo, qué país”.
Aun así, semejantes bacanales -que siempre hacía en soledad y no hablaba de ellas hasta pasados los días- eran ya para él cosa del pasado. Llevaba más de un par de años sin hacerlas, hasta que algo le llevó a volver a las andadas una vez más. Pero no salió bien. Aquella noche, entró en la habitación del hotel antes de empezar su festín y de allí no salió hasta la mañana siguiente. Y lo hizo en ambulancia.
La Viagra falsificada que había comprado no era Viagra en realidad. Sino un fármaco muy diferente del que se acordaría toda la vida, si es que le fuese posible recordarlo.
Viagra cortada con opiáceos
Llegué al hospital a la mañana siguiente. Me llamaron urgentemente porque el número marcado más recientemente en el teléfono de Moncho era el mío, así que me pidieron que fuese a buscarle. Agradecí que no llamasen a su ex mujer, no estaba mi amigo en su mejor estado para hablar de ello.
Cuando llegué, él no recordaba nada. “Me han dado un golpe en la cabeza, tuvieron que pegarme”. Sólo decía eso. Había perdido la memoria reciente y ciertamente tenía marcas de sangre en el pelo y un chichón enorme. Las pruebas del médico, sin embargo, ofrecían un detalle muy importante.
El análisis de sangre indicó que Moncho había cosumido opiáceos. No quisieron especificar más en el hospital. Nadie supo cómo pudo ser. Sólo estaba claro que no salió del hotel desde que entró y que estuvo solo en todo momento, ya que quedó registrado en las cámaras cómo subía solo a su habitación. Tardamos muchos días en entender qué ocurrió y en recopilar información suficiente para elaborar una tesis.
No pasaba el porteño por un buen momento en su vida personal tras una ruptura matrimonial. Y decidió tirar por la brava dándose “un gusto”, como decía él. Quiso repetir su rutina ya olvidada desde que había sentado la cabeza y la Viagra salió rana. El derivado del opio reaccionó cuando él estaba en la habitación, se mareó y cayó redondo. Con tan mala suerte de golpearse en la cabeza.
Lo que aturdió su memoria reciente durante meses fue el golpe, no la pastilla. El riesgo de tomar según qué cosas es real.
¿Por qué esas pastillas azules contenían opiáceos? Nadie lo sabe. Durante meses estuve buscando mucha más información y hablé con gente de tan turbio mundillo, pero no logré nada sólido. Pero lo cierto es que el pasado verano hubo un auge de mareos y conmociones relacionados la Viagra de Nana. Los síntomas eran más similares a los de la morfina, aturdiendo el cerebro, en lugar de poner cemento en la entrepierna.
La Viagra, igual que Cialis y otros compuestos que ofrecen similares soluciones, son medicamentos legales en Tailandia bajo prescripción. Así que la alternativa callejera resulta más fácil de comprar, además de barata. A 150 bahts, menos de cinco euros, venden la caja.
Muchas de esas píldoras piratas seguramente funcionan, pero siguen siendo medicamentos falsificados y no drogas legales. En algunas ocasiones son compuestos que tratan de dar efectos parecidos, pero que en lugar de poner cemento en las partes bajas lo que hacen es cimentar el cerebro. Porque el hecho de que un fármaco acumule sangre en un lugar no ha de ser necesariamente que sea en la herramienta.
Moncho lo pagó muy caro. Varios meses pegado a un cuaderno, con la fatídica noche como último recuerdo y sus facultades dañadas. Además de la dificultad de volver a recordar sin problemas, para lo que tuvo que volver a su tierra y dejar pasar tiempo.
Comprar medicinas falsas en Tailandia no es la mejor idea. Algunos culturistas también sufren problemas similares cuando viajan a Phuket para hacerse con esteroides. Si bien lo más solicitado es la Viagra, por algo es el medicamento más falsificado por estas tierras.
Mi amigo Moncho tenía razón. Contar su historia era necesario. No merece la pena jugársela en un tenderete de Nana buscando cemento de entrepierna si puedes acabar de esa forma. Antes que eso, existen alternativas elaboradas con plantas medicinales que seguro no contienen opiáceos.
Ningún medicamento bueno puede salir de un mercadillo en el que venden discos pirateados de Justin Bieber junto a calzoncillos Calvin Klein falsos. Ya lo decía el bueno de Moncho en sus paseos por Nana. “Qué país, amigo, qué país”.
Nada, que lo mejor es comprarlo en la farmacia… total vale igual de poco
Una cosa es comprarse una camiseta falsificada, y otra medicamentos. El asunto es peludo.
Conozco a uno que compró viagras en Nana y le dolió la cabeza todo el fin de semana. La cabezona también se le puso dura pero seguro que cortan las pastillas con lo primero que pillan. Gracias por compartirlo, todo un aviso para navegantes!
a 5 euros la caja es como para sospechar… en las farmacias de Pattaya te piden más de 10 por la Kamagra… (12 si no recuerdo mal). Habrá que andarse con ojo con estas cosas. Gracias por el artículo. Estas historias son útiles.
Las tabletas de Cappra, desarrolladas con hierbas de forma más ‘natural’ y sin prescripción, creo que valen más de 20 euros. Y la Viagra por ahí andará en farmacia. Yo creo que se ha de desconfiar de lo que pueden venderte en un mercadillo y te quieras llevar a la boca. En otros países como India es diferente, porque tienen ‘alternativas’ fabricadas por empresas reconocidas. Lo que venden en las calles de Nana salen de laboratorios clandestinos, así que sería como fiarse de las anfetas que te pueden vender un desconocido cualquier noche…
Ciertamente mejor comprar Pastishaas del Fuego en Farmacias mejor que en kioskos transeúntes … el dolor de cabeza es algo relativamente normal con Viagra, pero esa perdida de conocimiento no … Tened cuidado ahi afuera!
Mierda comprarse un disco de White zombie pirateado es una cosa totalmente diferente a un fármaco.