Dulce incertidumbre asiática
Un necio es de lengua rápida para fanfarronear con el tan manido “ya lo sabía yo” siempre que pinten calva la ocasión. Le ven a uno meter la pata -o lo que está entre las patas- en ciertos tejemenajes y siempre habrá algún vecino que asegure haber augurado el desastre. Como si lo deseable fuera la normalidad. Lo previsible. La rutina sin saltarse las normas. Y también como si la incertidumbre no contara.
Ese supuesto control de la situación y la -casi siempre falsa- seguridad de saber cómo irá el asunto al día siguiente es una quimera aun más en Asia. Al menos para los que llegamos a este continente con una mano en cada huevo y no, obviamente, de la mano de empresas internacionales y al agarre de contratos para expatriados. Ese grupo lo tiene mejor.
Es por eso que, en Bangkok, más de uno que está a salto de mata dice tener una maleta preparada por si de repente el asunto se pone peludo. Ya sea por una denegación al tratar de ampliar un visado, por miedo a alguna represalia tras haberse metido donde no toca o por tener a la policía al acecho. Que aquí lo de la justicia es muy de tirar por la tangente.
Para muchos, eso es lo que les frena al fantasear con instalarse aquí, en el Sureste. Lo de no saber qué carajo podrá ocurrir mañana. Yo, en cambio, creo que es parte de la gracia del lugar. La incertidumbre. Si uno quiere llevar una vida costumbrista lo ideal es hacerlo muy lejos de sus costumbres, allá donde no todo sea política y fútbol. Tapas y Telecinco. Porque en Asia también discuten por nimiedades, vale, pero como hablan lenguas incomprensibles pues ni te enteras.
Incertidumbre puede ser que desconozcas si cobrarás el mes que viene, o si tendrás que largarte a otro sitio. Incluso tener que volver allá donde nunca te falte un camastro, si tienes suerte de poseer lugar así. Incertidumbre es también que uno deje de escribir en un blog como Bangkok: Bizarro durante unos meses sin habérselo planteado. Disculpen, me hice con una guitarra y me volví temporalmente gandul para esto de darle a la tecla. No volverá a ocurrir.
Pero, ante todo, esa dulce incertidumbre asiática es que la sorpresa del día no sea que hayan puesto paella en el menú del día del bar de la esquina. Ni que el mejor plan para una noche especial sea “una sesión de Netflix”, como tantos me dijeron en España la última vez que allí estuve.
Exiliado entre inmigración e inmigrantes
Todo esto de la incertidumbre y de lo que puede llegar a apasionarle a uno eso de ir por ahí a la brava lo digo a menudo desde hace algo más de un mes. Tras vivir un episodio entre cómico y caótico bastante lejos de casa. En la frontera entre Singapur y Malasia.
La primera semana de noviembre tenía previsto pasarla en Singapur. Me habían invitado a gastos pagados y lo único que debía hacer era presentarme un domingo por la tarde en un hotel en el barrio de Orchard. Y ya que tenía que bajar allí, pensé que lo mejor era ir unos días antes a Kuala Lumpur con la excusa de visitar a un gran amigo que vive en Malasia, para luego viajar en bus desde la capital malaya hasta Singapur.
Llegó el sábado noche en Kuala Lumpur. Tras habernos pateado los neones de la ciudad durante las dos noches anteriores, el plan era tomar una copa e irse a dormir. Había cogido plaza en un bus de los que aquí llaman VIP para ir a Singapur al día siguiente, esos en los que puedes estirarte como un marajá y que viajas de lujo. Salía a las 11.3o de la mañana.
Lo de tomarse una copa en el garito y retirarse pronto siempre se me dio mal, así que todo acabó como siempre. Cerrando discotecas y llegando al apartamento de mi compadre a las 9 de la mañana. Hasta nos dio tiempo a fulminar la última botella de tinto que nos quedaba.
Perdí el autobús. Me desperté justo a la hora en que tendría que estar en la estación, con el aliento marcado por el vino y vistiendo la ropa del día anterior. Joder. Era la segunda vez que me pasaba algo así, la cabeza me daba vueltas y en diez minutos había logrado meter todo en la maleta y cazar un taxi fuera del apartamento para ir a la estación.
Antes de llegar a la estación traté de pagar la penitencia por mi falta de responsabilidad comprando un pasaje de avión con Air Asia. Estaban agotados. Alucinante. Y en la página de Internet donde compré el billete de bus no había ninguno disponible hasta el día siguiente.
Por suerte, quedaba la opción del autobús local que paraba en todas las ciudades del camino. Más lento y menos cómodo. Logré arrastrarme hasta aquella estación en un estado deplorable y me apoltroné en un asiento del primer bus en el que logré encontrar plaza. Tras un buen puñado de horas, a las nueve de la noche estaba llegando a la entrada de Singapur y salí a cruzar el paso fronterizo a pie.
Tras haber sellado mi salida en las ventanillas del lado malayo, crucé hacia Singapur y esperé mi turno frente a una joven agente de inmigración que tenía que sellar mi pasaporte. Con mi peor cara de resaca, totalmente despeinado y vistiendo aún la misma camiseta de la noche anterior. Lucía en ella además la consabida imagen de la lengua de los Rolling Stones. Irrisoria, con esos labios jugosos representados a un tamaño casi más grande que mi cabeza.
Entregué mi pasaporte a la agente junto a una ficha a rellenar que has de presentar para entrar en el país. La muchacha introdujo mis datos en su ordenador. Miró fijamente lo que había en la pantalla y, tras más segundos de la cuenta, se dirigió al papel que había firmado y lo miró de arriba abajo. Me dirigió la mirada de nuevo un instante y me sonrió. Regresó a la pantalla. Se quedó inmóvil un buen rato.
Recordé entonces que este mismo año, al entrar en Singapur desde Manila para pasar unas horas de tránsito en marzo, el asunto se complicó un poco. Aquel día en el aeropuerto de Changi fue así:
—Tiene usted dos pasaportes, señor Garrido —me reprochó el agente de turno, en aquel caso un tipo muy serio de mirada inquisitoria.
—Se equivoca —contesté sorprendido—. Solo tengo una nacionalidad.
—No digo que usted tenga dos nacionalidades, sino que usa dos pasaportes españoles. En 2015 usted entró con un documento que aún no ha caducado y que tiene otro número distinto.
Entendí entonces que el agente de inmigración no sabía que en España, cuando renuevas un pasaporte tras haber agotado todas las páginas, cambian el número de tu documento. Se lo expliqué al fulano y aquello no pareció convencerle.
—Bueno, ¿y entonces usted qué viene a hacer aquí?
—Acabo de llegar de Manila y estoy de tránsito —le mostré que tenía un vuelo hacia Bangkok en siete horas—, solo quiero coger el metro e ir a pasear por el barrio chino y a comer dim sum en mi restaurante favorito.
—¿Seguro que no piensa quedarse más tiempo? —se ajustó las gafas para inspeccionar mi pasaje.
—Para nada.
No dijo ni una palabra más. Selló de mala gana mi pasaporte y me lo entregó sin siquiera mirarme a la cara. Nada que ver con la que había sido mi primera entrada en la ciudad-estado, en 2011, cuando un tipo risueño desde la garita me hizo bromas con Messi y el Fútbol Club Barcelona. Que aunque Singapur sea el primer mundo oriental sigue siendo Asia.
Eso, no obstante, había sido en el fastuoso aeropuerto del país y varios meses atrás. Pero en aquel momento, aquella noche resacosa, estaba en la frontera por tierra con Malasia, donde no hay nada, agarrado a mi maleta de mano y con un tremendo cansancio acumulado. Recordé la poco agradable charla con aquel funcionario en marzo y pensé que la joven que me había tocado en el paso fronterizo también tendría sus dudas con los números de los pasaportes.
Desde la cola de gente detrás mío empecé a notar algunos ojos curiosos. La funcionaria seguía mirando la pantalla tratando de decidir algo. Luego empezó a pasar páginas en mi pasaporte, abarrotado de sellos de muchos países y casi acabado. Hasta que finalmente se levantó de su silla y buscó la ayuda del funcionario instalado en la cabina de al lado. En el camino a interrumpirle clavó sus ojos en mí y creo que aun más en la lengua impresa en mi camiseta.
Su compañero dejó de revisar el pasaporte que estaba mirando y ambos empezaron a hablar dándome la espalda pero mirando de reojo. Ya me había tocado. La próxima vez, carajo, ponte camisa y americana para pasar por inmigración, pensé. Mientras, los dos agentes empezaron a mirar mi pasaporte y el papel rellenado, ojeando los países que había visitado y lo que en el formulario había firmado.
—Señor Garrido —la funcionaria hablaba con voz casi temblorosa, como si yo fuera un delincuente—, ¿cuál es el motivo de su viaje a Singapur?
—Vengo a pasar una semana porque me han invitado. De vacaciones.
—¿Quién?
—Alguien con quien mantengo una amistad —mentí vilmente, nunca creí oportuno contarle mis intimidades a tipos uniformados.
—¿Y es su amigo de Singapur? ¿Tiene su contacto?
—No, es de Tailandia —noté una mueca de desaprobación en su cara—, y no es un él, sino una ella.
—¿A qué se dedica usted, señor Garrido?
—Soy desarrollador web —llevo inventándome eso desde que ya no cuela lo de hacerme pasar por estudiante—, lo he puesto en ese formulario que tiene ahí. Por eso llevo aquí mi ordenador portátil.
La funcionaria se levantó de la silla y volvió a dirigirse a su colega. Hablaron unos instantes e hicieron una llamada. Regresó automáticamente y me dijo que esperara un instante. Muy pronto apareció otro funcionario que me pidió que le acompañara a otro lugar, con mi maleta.
Así que ahí me vi, en mitad de la nada entre dos países, esperando a vete tú a saber quién diablos. Era de noche y temía que mi autobús se largara con el resto de pasajeros, dejándome en mitad de la nada. Me apoyaba en mi maleta de mano y esperé durante bastante rato, vigilado por dos tipos que se ocupaban de las aduanas, hasta que llegó otro funcionario con mayor cara de inquisidor.
—Veamos, señor Garrido —el recién llegado guardaba las formas pero era más incisivo—, está aquí por un control rutinario, no se preocupe.
—Entiendo, no es un problema.
—La seguridad en Singapur es muy importante y hemos de comprobar si algo no nos cuadra —cogió aire antes de disparar a bocajarro—. ¿Ha dicho usted la verdad en su formulario de llegada?
—¿Disculpe?
—Usted entró en 2015 por este mismo paso fronterizo y volvió a salir por aquí al cabo de unos días, ¿es así?
—Sí, por supuesto —abrí mi pasaporte dispuesto a contarle lo mismo que había hecho meses atrás sobre los números de pasaporte cambiados—. Aquí puede ver que…
—Usted dice que es desarrollador web en su formulario —me cortó en seco—. ¿No será usted más bien periodista?
Lo había imaginado antes pero nunca pude creer que realmente llegara a pasar. Tras tantos años en Asia contando historias, era la primera vez que me interrogaban sobre ello. La policía tailandesa casi lo hizo hará más de un año cuando descubrió este blog en un interrogatorio y vieron fotos de agentes, pero al no entender castellano obviaron el asunto.
Pero Singapur no es Tailandia. Ya he contado en otras ocasiones que la ciudad-estado se rige más como si fuera una multinacional que cuida su imagen para maximizar beneficios que no como un país preocupado por otros asuntos menores como la sanidad o los inmigrantes.
Ya sabía que en el diminuto Estado miran con lupa todo lo que se dice de ellos. Y que la censura les gusta mucho, sobre todo cuando se trata de esconder sus vergüenzas. Imagino que el artículo que no les gustó fue aquel en el que conté cómo Singapur retiene el dinero con el que paga a sus inmigrantes a base de casinos y putas.
Al final me dejaron entrar en Singapur. Eso sí, antes se alargó la charla con aquel agente y debí explicarle que la profesión que me da de comer no es la que él se pensaba, claro. Al cabo de un rato me dijo que podía pasar y me deseó una feliz estancia en el país. Antes, no obstante, tuve que demostrar que me alojaba de verdad en el hotel que había dicho en el formulario. “¿Usted entra por tierra en el país y se aloja en un hotel de lujo en Orchard?”, me interrogó sorprendido. Por suerte, en ese punto no me había inventado nada. No tenía ganas de decirle a aquel buen tipo que quizás no era asunto suyo.
No obstante, se había hecho muy tarde y era casi medianoche. Salí escopeteado hacia la zona de los autobuses en busca de aquel que me había llevado a la frontera y debería recogerme para dejarme en Beach Road. Pero obviamente se había largado. Me habían dejado tirado al retrasarme tanto.
Traté de buscar un cajero automático, pero no había. Mucho menos una casa de cambio donde comprar moneda local con los bahts y los ringgit que llevaba encima. Nada. En mis reservas de divisa extranjera que siempre llevo encima cuando voy de viaje encontré un par de billetes de dos dólares de Singapur, poco podría hacer con ellos. Y encima me había quedado sin batería en el teléfono.
La única salida que se intuía ahí era una larguísima cola de inmigrantes malayos que esperaban frente a una supuesta parada de bus de línea. Era domingo a la noche y regresaban a Singapur tras pasar un fin de semana en su tierra. Era ahí o a buscar un taxi que me cobrara un riñón y medio por el trayecto y que aceptara además pagos con tarjeta.
Busqué entre las caras de aquellos malayos hasta que vi a los que me parecieron más majos. Se trataba de una familia dirigida por un señor con un bigote risueño y una señora que adornaba su velo islámico con perlas a ambos lados. Esperaban entre risas con dos hijos adolescentes y una niña pequeña.
No recuerdo sus nombres, pero sí su tremendísima amabilidad. “Disculpen, ¿saben cómo podría llegar a Orchard Road?”. No sabían la respuesta a mi pregunta -“nosotros venimos aquí a trabajar”, decían-, pero se desvivieron preguntando a todo el mundo hasta que pudieron darme una solución.
“Puedes hacer el viaje con nosotros, el autobús que vendrá en un rato te dejará a mitad de camino entre aquí y el centro, desde allí puedes coger un tren aéreo”. Tardó más de media hora en llegar el bus, tiempo en el que aquel hombre de bigote me contó cómo había logrado llevarse a toda la familia a Singapur, donde ganaba más dinero que en Malasia. “Pero no se come tan bien”, señalaba.
El conductor del bus, extrañado al ver a un tipo de ojos redondos allí, me dijo que no hacía falta que pagara porque el trayecto se abonaba en monedas y de eso yo no tenía. Hice el viaje apretado como en una lata de sardinas malaya, pero hasta las señoras mayores se desvivieron para ayudarme a colocar la maleta en un sitio seguro.
“Eh, aquí es tu parada, ese tren te llevará a Orchard”. Nuevamente, el hombre del bigote me recordó que siempre hay alguien dispuesto a echarte un cable cuando estás cortocircuitado. Por supuesto, el tren no llegó a llevarme hasta mi hotel, ya que era casi medianoche y tras sacar dinero de un cajero y pagar el billete solo pude coger el último convoy. Y a mitad de camino paró el servicio porque ya era tarde, pero al menos ya me encontraba a una distancia razonable en taxi. Llegué al hotel de madrugada, donde me esperaban desde la tarde. La incertidumbre, esa dulce incertidumbre asiática que hace que nunca sepas cómo va a ir todo. Y que te hace conocer a personas maravillosas donde menos te lo esperas. Además de ofrecer historias que contar.
Reglas a romper, incertidumbres varias
Permítanme decir que no entiendo a aquellos que siempre dicen que no hay que saltarse leyes, normas y reglas. Porque gran parte de todas ellas benefician a los tipos que las han inventado y no a cualquier hijo de vecino. Si tuviéramos que seguir a rajatabla cualquier directriz impuesta por alguien -supuestamente importante-, la vida poca emoción tendría. Y de incertidumbre poca.
La vida, a veces, parece que esté hecha a medida para aquellos que siguen el manual al pie de la letra. Trabaje usted aquí, cotice, abra una cuenta bancaria, rellene sus datos. Y muchos me dirán a mí que si en un país como Singapur me lo ponen difícil es porque, claro, no me adapto a sus normas. Seguramente tengan razón.
Sin embargo, aquí muchos llegaron también con una mano en cada huevo, como el que escribe, y no quieren volver a sus países. Y en lugar de tenerle miedo a la incertidumbre asiática, le pusieron de aquello que cargaban en sus manos. Hasta que, al final, gozaron de esa vida sin futuros previsibles.
Por ejemplo, el buen Bashayed. Un gran tipo que hace un puñado de años llegó a Bangkok atraído por el Muay Thai. Durante mucho tiempo logró sobrevivir con unos pocos cientos de euros, peleó como boxeador profesional y compartía su tiempo con sus tres novias. “Mucho mejor vivir esta vida aquí con poco dinero que estar en España”, decía siempre.
Seguro que muchos, en su momento, criticaron su estilo de vida. Con la boca pequeña, claro. Hoy en día difícil lo tienen. En esa incertidumbre, Bashayed viajaba un día en tren, con muy pocos bahts en el bolsillo, y coincidió con una rusa que le comentó a él si quería ser modelo. Ella le dio un contacto y él se hizo cuatro fotos con el móvil que envió sin creer mucho en ello.
Ahora mismo, el ex boxeador -que sigue entrenando a diario- es actor en Tailandia. Suelo verlo a menudo en los culebrones que ponen por la noche y también en algunos anuncios. Ya conté su historia en este reportaje con diferentes perfiles de locos por el Muay Thai que vienen a Siam.
Es normal que muchos quieran llegar a Asia con un trabajo cerrado y una vida amarrada. Pero pocos pueden acceder a ello. Y en un país como Tailandia, para la mayoría, eso es casi un imposible. Si bien para que salgan oportunidades uno ha de moverse por estas latitudes.
Mi compadre Tres Semanas -un apodo que le viene por lo que suele durar con sus novias- quiso intentarlo. Vendió lo que tenía en España, alquiló su piso y cogió sus bártulos para moverse a Bangkok. Le daba para estar algo más de un año viviendo de sus ahorros.
Tres Semanas es un tipo de horarios y muy formal. Y si bien pasó unas cuantas semanas al principio visitando ciertos establecimientos, al final decidió que era el momento de darle un descanso a su ganso. Para ponerse a buscar trabajo. Y tardó varios meses, pero ahora tiene un curro muy bueno en esta ciudad.
Eso sí, el bueno de Tres Semanas tuvo que saltarse todas las normas escritas. Además de ser Visa Runner durante mucho tiempo, tuvo que mentir como un bellaco ante un tipo de Recursos Humanos en su empresa para que le dieran el puesto de trabajo.
—”¿Conoce usted la herramienta de programación que utilizamos aquí? —preguntó el entrevistador.
—Por supuesto —era la primera vez que nuestro amigo oía hablar de aquello—, trabajo con ella desde hace años.
—Entonces no le importará hacer una prueba la próxima semana.
Durante unos días no durmió el bueno de Tres Semanas para aprender a trabajar con aquello antes del día de la prueba, que superó con éxito. Como debe ser.
Hoy en día, hay que verlo en sus noches en el defenestrado Hillary 2, ese tugurio de Nana que sin mucho éxito trata de ser una sombra de lo que en su día fue Climax. “Tío, cuando voy al baño y he de cruzar la discoteca me siento observado por todas esas señoritas de saldo y esquina creo que soy una gacela; como si yo fuera la gacela cruzando la sabana africana con las fieras al acecho“.
Podríamos hablar de muchos más ejemplos. Como mi amiga Ele, que tras un año pasándolo en grande logró un trabajo y vivió una época de escándalo en Tailandia. Como también podemos mentar a todos aquellos que, tras gastarse sus ahorros, tuvieron que volver con el rabo entre las piernas. ¿Es eso un problema?
Por supuesto que no. Se me ocurren inversiones en negativo mucho peores. Como quemar tus ahorros en España viviendo en el barrio de siempre por si sale un curro allí. O gastarlos en un coche. Eso ya es decisión de cada uno. Pero pasar una temporada en Tailandia y verse obligado a regresar al hogar porque no tienes manera de lograr ingresos no me parece tan malo. Al fin y al cabo, disfrutaste de esos días, ¿y no es de eso de lo que trata la vida?
Tailandia no es para todo el mundo. Igual que Asia. Pero si disfrutas de las incertidumbres, de no saber qué ocurrirá mañana y de vivir otras experiencias, puede merecer la pena.
Nota final: Desde luego, me he pegado un descanso muy largo en Bangkok: Bizarro. Me he concentrado más en la música, en otros retos personales, en la lectura y hasta en un par de videojuegos que me han mantenido absorto durante los últimos meses.
Me encantaría poder contestaros a todos en los comentarios del blog, pero me resulta muy difícil por el altísimo volumen. Sin embargo, por correo electrónico o a través de Facebook trato de responder a quienes os tomáis vuestro tiempo en contactarme.
Tras haberme permitido un texto tan personal como el aquí narrado, ahora solo falta que Bangkok: Bizarro regrese a un ritmo de publicación casi semanal. Con historietas y noticias, también con curiosidades y relatos. Nuevamente, como debe ser.
Hermano Español Tailandes realmente no existe mejor descripción de la incertidumbre que la que has explicado en este blog y ese historion del boxeador puede ser algo demasiado arriesgado para muchos y pero para otro un tremenda experiencia y eso es lo que parece la tierra de siam, una gran incertidumbre, quizás es un país que rompe con el estereotipo de la seguridad muy acostumbrados que nos tiene por estos lados del planeta en que hemos sido muy acostumbrados por el sistema que se ha creado. Coño al menos el tipo se fue y alquilo el piso por lo tanto algo planeo para sobrevivir por alli, ese no fue tonto. Bashayed “Mucho mejor vivir esta vida aquí con poco dinero que estar en España”.
Efectivamente la incertidumbre es una faceta imprescindible para que exista la aventura.
Tengo un amigo que al terminar su carrera de ingeniero le propusieron un curro, creo recordar que fue en Pattaya, no importa el lugar, el caso es que al final lo rechazó por varias razones, entre otras porque tenía novia, quería casarse y un trabajo de lo suyo en ciernes. Evidentemente lo que es un sueño para muchos, otros con perfiles diferentes, lo rechazan alegremente.¡Hay que joderse, lo que darían algunos por una oportunidad así!
Mi amigo que sabía que yo me movía con alguna frecuencia por Tailandia, lo hizo sin consultarme previamente y me lo contó mucho tiempo después, tenía la incertidumbre de saber lo que se había perdido ¡Mejor que no lo sepas! le dije, pero que tu decisión no te pese, creo que has acertado, añadí. Aquello no es para todos, el fracaso está a la vuelta de la esquina y no pocos acaban muy mal.
En términos generales, la aventura asiática creo que es recomendable para gente joven, ya que a esas edades, uno puede arruinarse hasta el extremo y recuperarse razonablemente bien y puede incluso repetir la experiencia, porque al final, no es tanto lo que te juegas, “poco tienes poco pierdes”. La cosa cambia con cierta edad, el asunto es pelín diferente. El madurito que alocadamente quema las naves, se pira al reino y acaba dilapidando sus recursos pensando, normalmente inducido por la nong de turno, que “algo le saldrá en la tierra de promisión” ese es un buen candidato al balconing, deporte de moda en el paraíso.
En conclusión, no está demás recordar que si bien hay que disfrutar al máximo de la suerte que nos ha deparado el destino, hay que hacerlo aplicando el sentido común, la mejor herramienta contra la incertidumbre
Bienvenido de vuelta a tu blog. Se te ha echado de menos. 🙂
Déjate de guitarras y zapatero a tus zapatos. ¿Dónde quedaron aquellos análisis sesudos sobre Miss Tiffany Universe y todo lo que rodea a las señoritas con manivela? 😀
Bueno. Ya he comentado alguna vez que me gustaría vivir en Asia en un futuro (y creo que me pillará madurito). Por ello me estoy preparando académicamente, y espero alcanzar el nivel de inglés que me permita sobrevivir por aquellas latitudes.
Eso sí. El tema de la incertidumbre no lo llevo bien. Prefiero las cosas planificadas. A muchos les resultará de “inflexible” o “carca”, pero para incertidumbre me quedo donde estoy, que en mi vida en España ya bastante tengo. Lo de tener la maleta preparada ya lo practico (la mía la tengo lista bajo la cama), que como está el trabajo por aquí…
Lo jodido de Asia es que cada vez es más difícil conseguir el visado de trabajo en la mayoría de países; están legislando bastante al respecto (el último, China y su “puntuación” a los laowai), lo que añade más incertidumbre. En fin, a ver por dónde salimos.
Como se echaban de menos estas rocambolescas historias,tanto personales como de la Asia profunda.
Se te perdona el abandono porque has vuelto a lo grande,con una anécdota haciendo honor al nombre del blog,bizarra.
Enserio es tan bello poder leerte …
Es muy grato y me siento feliz que encontre un lugar donde leer esta clase de historias muy buenas anecdotas 🙂
Muchas gracias a todos por el apoyo. Bangkok: Bizarro tenía que volver, y qué menos que con una historia personal. Preparo otra tan personal o más para los próximos días. De momento, seguiremos disfrutando de la incertidumbre asiática. Eso sí, como bien habéis dicho algunos, con cabeza. Prácticas de riesgo como gastar los ahorros de una vida en una relación sin futuro es algo ante lo que uno ha de protegerse.
Venir con un trabajo desde Occidente es mucho más seguro y con todo más atado. Pero también muy difícil de lograr. Lo bueno de Tailandia es que es un país sencillo, aún sin tener todo planificado y bien atado. Y eso es bueno.
Ah, Luis! Fantástico! Homérico! Ya me iba haciendo falta la dosis mensual de Bizarro. Es que tus artículos son un poco como el chute mensual de haloperidol que le ponían a mi pobre tío loco: Sin él, me descompenso….
Por suerte, has vuelto…
Por cierto, has vuelto a ver a Dochim****?
Me encanta leerte de nuevo, Luis! Un saludo desde Buenos Aires.
Joé que aventura, yo cuando he estado en Singapur y llevo como 4 pasaportes en 10 años nunca me han puesto trabas por el número distinto de cada uno de ellos, aunque la fecha de caducidad es la misma. La pena es que la ultima vez ya vi que el ktv tianamen cerró. En orchard 4 floors, a disfrutarlo.