Tailandia vuelve a ser el ‘vicio’ del mundo
Un martes cualquiera salí del tren aéreo al caer el sol y me senté en unas escaleras en el cruce del soi 11 de Sukhumvit a tomar una cerveza al raso. En seguida me sonrió un fulano al lado mío que, en una mesita de playa, exhibía vergas de plástico y viagras falsificadas. “Tengo también las que te ponen el manubrio como un titán todo el fin de semana”, me dijo con un guiño.
A aquel tipo lo miraron de reojo en aquel momento dos mujeres en burka que no quisieron pararse a inspeccionar los artilugios que el vendedor calzaba. Quizás fuera porque detrás de ellas marcaba el paso un tipo malcarado y con turbante, al que su tapada sesera se le iluminó de verde al pasar bajo un neón de pizzas felices, esas que van hasta arriba de marihuana.
Porque ahí en las escaleras callejeras de mi esquina olía a porro y también a la fritanga con la que una señora muy maja trataba de elevarle los triglicéridos al personal. Y sin sorpresa alguna, en pocos instantes un africano se me acercó por detrás para ofrecerme cocaína. Como me hice el loco trató de camelarme con “keta de la buena”, la favorita de muchos fiesteros estos días.
El camello se alejó cuando vio a un occidental bajito entre dos altísimas mujeres que le sacaban casi una cabeza, bien cogidito de sus manos. Menudo iba él, rezumando por sus poros la misma felicidad cual niño que en nochebuena camina agarrado a sus padres para ir a casa a desenvolver sus regalos.
Pronto se montó el simpático trío en un taxi cuyo conductor por supuesto pidió cinco veces lo que costaba la carrera. Pero nuestro soñador no estaba para hacer las cuentas, así que asintió con una sonrisa. Su mente seguramente podía pensar únicamente en las sorpresas que en su alcoba recibiría.
Yo acabé mi cerveza de un trago y me fui a propinarle un guantazo a mi cuenta bancaria en Pastel, otro de esos nuevos garitos carísimos y de moda en las alturas de tan pintoresca avenida que es la undécima de Bangkok. Porque la capital, mi capital, volvía a ser esa ciudad que nunca quiso dejar de ser y yo no podía hacer otra cosa que salir a festejarlo.
En ningún lugar como en Siam
El primer tercio de este año ha sido, me atrevería a decir, uno de los más memorables que se han vivido en la Tailandia de la última década. Para todos. Vale, es cierto que los precios suben más que los rascacielos. Pero con sus trancas y también sus barrancas, y a través de un clima que más que nunca nos achicharra, aquí la hemos gozado. Los que vivimos y los que visitaron.
Ha sido precioso ver cómo se rompían tantos tópicos. La policía quiso hacer su agosto, corruptelas mediante, y los pillaron in fraganti en numerosas ocasiones. Hasta tuvieron que aceptar que son unos corruptos, y ahora los maderos se amedrentan cuando quieren cuando a uno quieren vaciarle la cartera.
Los turistas han regresado en masa. Está el país hasta los topes, y durante mucho tiempo los rusos y los indios fueron los nuevos reyes del panorama. Los chinos aún no han regresado en grupos organizados, pero ahora vienen sus juventudes y a las muchachas de la China continental les ha dado por disfrazarse de universitarias siamesas. Curiosamente cuando aquí los estudiantes locales están tratando de derrocar a quienes les fuerzan a llevar uniformes.
La moda entre los jóvenes siameses es más que nunca transgredir contra lo establecido. Y yo les aplaudo, aunque luego tengamos que lamentar que a más de dos centenares de personas las hayan metido entre rejas por criticar a los que mandan. Pero unos y otros, soñadores y tiranos, se verán las caras en las urnas este domingo.
Por supuesto, el statu quo y los militares se aferrarán al poder con mano de hierro y tanques de acero. Pero desgraciadamente para ellos -y afortunadamente para el país- el cambio de mentalidad es real y los carcas, con sus tradiciones y sus jerarquías, tienen todas las de perder. Ya nadie tiene miedo a no levantarse en el cine ante un himno o de señalar con el dedo lo que falla, y eso a las elites les aterra.
Hasta en la taquillera película Hunger, el pelotazo siamés de este año en Netflix, se criticaba abiertamente a las elites dominantes en Siam e incluso a los militares y el consejo real. La cinta, por cierto, es deliciosa y está rodada con mimo. Pero dejemos para el final el politiqueo, que aún faltan demasiadas líneas para ello.
Porque el regreso a la normalidad nos ha regalado mucho este año. Vale, es cierto que el asunto de la polución fue doloroso en los tres primeros meses del año y que los taxistas quieren volver a sablearnos. Y aún choca ver en Bangkok que tantos motoristas hayan decidido llevar siempre la mascarilla al montar en sus trastos pero que sigan tozudos con lo de no usar casco incluso para saltarse los semáforos. No obstante vayamos al turrón.
Hemos vuelto a salir de fiesta en Bangkok y a llegar a casa a las tantas de la madrugada. Khaosan, con sus porros y sus cubos de ron, ha vuelto a robarme el corazón. Y si algún día he querido festejar hasta ver salir el sol ahí han estado los antros infames de Penny Black y el dantesco Lucky en Ratchathewi. Route66 sigue siendo tan espectacular como siempre.
Lo de la fumeta es algo que me fascina si bien yo no le doy. Hay cientos de tiendas que ofrecen colocones, demasiadas. Y la mayoría lucen vacías, están ahí a la espera de que Tailandia algún día sea el gran destino porreta. Pero eso no ocurre, al menos no de momento. Eso sí, yo algún cebollazo me he llevado casi sin querer. De eso, no obstante, ya hablaremos otro día.
La clave ha sido, cómo no, el otra vez mojado Songkran. Mientras el Gobierno militar alertaba de que las ventas de alcohol durante los días del año nuevo aumentaron una barbaridad, lo cierto es que fue alucinante volver a vivir la que es, para muchos, la mejor fiesta de Asia. Y qué mejor ejemplo que un vídeo:
Ya no solo fue glorioso vivir el Songkran en Khaosan o en las discotecas de RCA, sino que veías a la gente feliz mojándose de nuevo en cualquier esquina. En mi barrio las familias montaron piscinas de plástico para los niños, los jóvenes paraban a los motoristas para empaparlos y los más macarras instalaban altavoces enormes en camionetas y ligeros de ropa, ellas y ellos, disparaban y bailaban.
Hablando de los macarras siameses, los llamados dekwaen y sakoi -más o menos el joven que da gas a una moto trucada y la dama de pantaloncitos cortos que muestra pechuga- tuvieron el pelotazo musical del Songkran. Un temazo que mezcla humor, crítica social y reivindicación de un estilo de vida, creado por un rapero muy carismático.
Lleva un mes reventándolo todo en Tailandia y fue la canción estrella en Songkran. Todo un melocotonazo donde no falta la estampa del farang sacando billetes de un cajero junto a dos sospechosas damas, cómo no.
Los raperos que la han creado reivindican que fueron educados en una de las muchas escuelas dentro de un templo para gente pobre. Una de ellas es una ladyboy que sorprendió a muchos porque antes fue un monje, además del prota, el muchacho del templo, que dice que lo suyo es salir con los compas a dar gas y que está enamorado de E-Kee, la sakoi que de picos pardos se va con muchos pero nunca con él.
Puede parecer una estupidez musical, pero no lo es. Reivindica que Tailandia no es el país conservador y remilgado que algunos quieren vender, sino el hogar de gente que disfruta, que vive cada instante y que no tiene remilgos. De verdad, una gozada.
Turismo masivo en la Tailandia de 2023
Será porque me crié en una de las ciudades más turísticas de Europa, pero soy de los que aún disfruta de que el lugar donde vivo se llene de caras raras y peña desconocida cada día. Vale, todo se encarece y muchos empresarios sin escrúpulos destrozan lo auténtico de un lugar para atraer a las hordas armadas con una guía. O a día de hoy con una lista de recomendaciones que vieron en un vídeo del tubo.
Desgraciadamente no puedo ir nunca más a mi estimado restaurante Phedmark porque hay unos tuberos chinos y estadounidenses que lo han puesto de moda y ahora las colas son infinitas. Y eso que cuando un viajero viene por aquí y me dice que no le importaría hacer la cola de Jayfai siempre le digo que se deje de chorradas para guiris y que, si busca algo tremendamente turístico y molón en Bangkok sin importarle las esperas, que vaya al restaurante de arroces con albahaca al que ya no puedo ir. Lo vale.
Y sin embargo adoro los lugares llenos de viajeros. Por eso me alegro de ver a Tailandia volver por sus fueros, regresando a lo de siempre. Es cierto que la pandemia no enseñó demasiado, porque me sorprende que el esperpento del Ping Pong Show haya vuelto con fiereza a lugares como Patong.
He de decir que si hay un lugar que visité más que ninguno otro durante los pésimos años de la pandemia ese fue sin duda Phuket. La otrora masificada perla de Andamán se convirtió en un paraje desértico y con todo a unos precios irrisorios. Visitar sus playas sin un solo turista fue una gozada. Pero, claro, eso tenía que acabar.
Lo vi claro cuando en octubre viajé allí con el Doctor Vieiras. Mi buen amigo, recién llegado al país, se presentó en el aeropuerto para viajar a la isla con pantalones cortos y un grueso abrigo de invierno lleno de cachivaches en los bolsillos. Como único equipaje de mano llevaba una bolsa de plástico del súper donde se amontonaban gayumbos, bañadores y alguna camisa. Lo íbamos a pasar bien.
El buen Doc logró esquivar los prohibitivos controles de peso en los vuelos baratos con su abrigo y su bolsa cutre del Pingo Doce, en parte porque tiene cara de buenazo. Pero con la policía de la isla no le fue tan bien.
Alquilé la moto más pequeña y barata del mercado y monté al Vieiras en ella. Mi compa iba vestido con su disfraz habitual, el de buen tío que cae bien a todo el mundo y jamás rompió un plato. Y en el trayecto entre las playas de Nai Harn y Patong nos pararon tres veces para buscar droga en nuestros bolsillos o cualquier cosa con la que empurarnos.
Y mientras en uno de los controles inspeccionaban mi licencia de conducción, vi que al Doc lo pusieron contra un coche y lo obligaron a poner las manos sobre él mientras le quitaban la ropa y lo manoseaban. Le quitaron la bolsa de plástico para inspeccionarla y medio lo desnudan por si le encontraban algo. Y eso que era el tipo más formal que seguramente había pasado por allí en todo el día.
Es normal. La policía en Phuket lleva mucho tiempo canina. Es más, a principios de este año doblaron los precios de las mordidas que les cobran a los turistas por no llevar carné o saltarse un semáforo. “Es la inflación, nos afecta a todos”, dijeron sin pudor frente a las cámaras los agentes corruptos. Tres registros en un trayecto, iban los maderos sin perdón.
Porque lo de viajar a Tailandia en general y ante todo Phuket en particular cada día está más caro. Lo de Phuket es curioso, ya que tanto con mi estimado Doc como también en febrero, que fui a visitar a mi compa Miguel el Marino, me percaté que la invasión rusa es real. Muy real.
Durante las horas de sol los de Putin invaden las playas y las tumbonas están siempre ocupadas por mujeres rubias que visten enormes gafas de marca. Los precios de los alojamientos de media duración se han doblado de precio y están echando a quienes aguantaron allí durante la pandemia. Cuestión de prioridades por parte de los propietarios.
Lo curioso es lo que ocurre a la noche en la isla de las tentaciones. Sobre todo en Patong, y más concretamente en Bang La. Si en las horas de sol los rusos han tomado la isla, a la noche son los turistas indios los que hacen suyas las calles. Y hasta las discotecas.
Es particular lo que ocurre en Phuket sin duda. Pero que no se asuste el personal que llega a Tailandia tapando con la mano la entrepierna, la hermana bastarda de la perla sigue a todo fuego para quienes quieren quemarse en la noche. Pattaya vuelve a ser lo que siempre fue y no el idílico destino familiar que algún lumbreras del Gobierno deseó.
El aluvión turístico es tal que incluso se han puesto de moda los pantalones de elefantes, no solo entre los mochileros, sino que los propios tailandeses han empezado a usarlos por primera vez. En Chiang Mai me asombré ante las modas más locales, que iban desde los trajes decorados con hojas de marihuana hasta los incombustibles pantalones estampados que siempre asomaron por Khaosan.
Además, lo tremendamente disfrutable que es la Tailandia turística me hace sonreír ampliamente en muchísimas ocasiones. La pasada semana conocí a un grupo de ocho amigos rondando los cuarenta y tantos. Habían ahorrado durante años para darse un homenaje ellos solos, dejando a las parejas y a los niños en casa. Con sus canas y sus ganas. Y encima siendo fieles.
Con los máquinas, tal y como los bautizó mi compa El Patrón, tomamos la primera caña viendo peleas de Muay Thai. Pero pronto el asunto se torció y al terminé llegando a casa a últimas horas de la madrugada y hasta arriba de tequilas y risas.
No me dejaron que pagara ni una copa los máquinas. Cuando logré arrastrarme hacia un taxi y me despedí, a uno de ellos le habían roto la camisa, otro andaba desaparecido por culpa de la euforia y del alcohol. Los demás reían y gozaban con la alegría de un niño. Me contagiaron de su felicidad y suspiré tranquilo cuando supe que llegaron todos a salvo al hotel tras aquella noche salvaje. Qué tíos, fue un placer conocerles.
Igualmente salvaje fue la visita del Doctor Hueso -cuántos médicos vienen por aquí-, que siempre me trae un vinazo y me obliga a quemar suela en las discotecas. Vino a darle a la sin hueso su último baile el buen Hueso, pero su historia es una que hoy no toca contar.
Epílogo: de la corrupción policial a las elecciones (poco) libres
Hemos comentado antes que no son buenos tiempos para ser madero en Siam. Al menos si eres corrupto. He comentado que con el Doctor Vieiras nos pararon tres veces en un mismo trayecto en Phuket, pero lo curioso es que, desde entonces, ni en esa isla ni en ningún otro lugar la policía ha tratado de tangarme. Y eso no es común.
El motivo es porque las redes sociales los han puesto contra las cuerdas. A principios de año pararon a una actriz taiwanesa y a sus colegas cuando viajaban en taxi, y luego los amenazaron hasta que al final les sacaron un buen puñado de bahts. La dama regresó a su país, comentó el asunto en Instagram, y se armó el belén.
Los siameses de marrón trataron de decir que iba borracha -como si ir ebrio en taxi fuera un delito en lugar de un deber- y que tuvo un mal comportamiento. Finalmente apareció una grabación privada donde se demostraba la mentira: habían extorsionado a los extranjeros.
La policía, cómo no, escurrió el bulto diciendo que era un caso aislado. Pero el pueblo tailandés se rió y los avergonzó. Eso es algo que vive a diario también el primer ministro no electo, Prayuth Chan-ocha, quien este domingo se enfrenta a las urnas sabiendo que va a perder por goleada. Y sin embargo, espera revalidar.
Las elecciones de 2019 fueron un tongo en las que los de Prayuth perdieron, pero se hicieron con el poder. Además de hacer un sospechoso recuento de votos, compraron escaños seduciendo a candidatos de la oposición para que entraran en el pacto conservador a cambio de dinero.
La guinda la puso la nueva Ley electoral impuesta por Prayuth durante su dictadura militar: de los 750 escaños para elegir al primer ministro, 250 pertenecen a un senado militar que vota a dedo. No hace falta decir a quien eligen.
Este año, el asunto lo tienen peor que nunca. Tanto el partido de Prayuth -que ha usado dinero público e infraestructuras para apoyar su candidatura- como el resto de afines no cuentan con el apoyo del pueblo, que masivamente se decide entre Pheua Thai, herederos del magnate exiliado Thaksin Shinawatra, y Move Forward, la formación progresista que incluso quiere acabar con los privilegios de la monarquía.
Aun así, los militares aún tienen algo de apoyo y el ministro de Salud, el polémico Anutin Chanvirakul -quien acusó a los europeos de no ducharnos- algunos votos rascará. Al fin y al cabo fue el que apostó por descriminalizar la marihuana, aunque cada día diga sorprenderse al ver que la gente la fuma, cuando su intención, dice, era usarla solo con fines médicos.
En los votos por adelantado ya ha habido tongo y el escándalo es enorme, y los contrarios al poder militar deberán arrasar como nunca para sortear el pucherazo y al senado que elige a dedo. No serán unas elecciones sanas, pero sí interesantes. Y ante todo muy relevantes para el futuro de un pueblo que se merece algo mejor.
Esperaba con ganas que volviera “el bizarro” y lo ha hecho por la puerta grande.
Ya era hora de acabar con mi letargo…
Qué grande eres, Maestro!
Por cierto, el Phedmark fue el sitio donde se nos atornilló aquel guiri que se quería venir a vivir a Siam?
Un tipo curioso, como la mayor parte de la fauna farang que pululamos por Krung Tep…
Ah, por cierto: Feliz cumpleaños!!!
¡Ese mismo fue! Antes de que el turismo se lo apropiara, Phedmark aún podía visitarse sin hacer una hora de cola. Y qué grande aquel soñador estadounidense que se recorría templos de día y de noche.
me he puesto el video clip con subtitulos para entender algo de lo que dicen con mi ingles de mierda me parto el culo
sigue asi me sacas una sonrisa cada vez que te leo
Nada que me alegre más que conseguir que al otro lado os riáis con lo que cuento. Y el temazo de Songkran… qué joyita.
Buenísimas informaciones, grande articulo. Me estoy planteando ir a trabajar a Bangkok y tu página me está dando muchísima ayuda. Muchas gracias, bizarro!
¡Animo con ese plan de mudarte a Bangkok! Aquí seguiremos.
Que pasada leerte de nuevo !!! disfrutamos de lo mismo desde hace años y se echaba de menos la Tailandia Bizarra !!!!
Ahora volveré a meterle mano a la actualidad tailandesa, como debe ser, yo también echaba de menos escribir por aquí.
Ya era hora que “atacaras” de nuevo con tus comentarios. Está claro que todo se encarece cuando vuelve el turismo en masa, aunque seguro que hay situaciones divertidas. No sabía lo de las elecciones. A ver si tienen suerte y triunfa la coherencia para dar un cambio al país. Espero ir en julio para seguir coleccionando experiencias. Este año quiero ir a Isaan. Una prueba de fuego para mí limitado tailandés.
Voy a intentar escribir sobre las elecciones hoy mismo. Y sobre Isaan… hace poco lo hice aquí:
https://www.conmochila.com/isaan-tailandia-noreste
Isaan sin hablar la lengua es difícil, además de que en algunos sitios lo común es hablar su idioma regional, pero también puede hacerse. Hay un español muy envalentonado que, sin tailandés y con poco más que ambas manos tapando sus vergüenzas, se mudó a Udon Thani con lo puesto y se metió hasta el fondo del asunto durante muchísimo tiempo. Ahora vive en Bangkok, pero diariamente añora sus andanzas por las aldeas de los alrededores del noreste.
Se echaba en falta ya un artículo Bizarro. Siempre me ha encantado leer tus historias, antes era todo un mundo desconocido para mí. Y ahora te leo y lo entiendo todo (o casi), es lo que tiene vivir ya unos años por estos lares. Mira que he pasado miles de veces por delante del Phed Mark y lo tenía ahí en favoritos, lo que nunca me hubiera imaginado es que se volviera famoso.
Cada dos por tres me acerco a Phedmark a ver si en un horario extraño como el de las tres de la tarde no hay mucha cola… y siempre acabo descorazonado al ver que vaya cuando vaya la espera es demencial. Pero bueno, no todo podía ser perfecto en la tierra de las guindillas.
Hombre, por fin! Ya has vuelto.
Me alegro mucho.
Muy buen artículo, como siempre.
Un saludo i bnit.
Que alegría me da volver a leerte Luis. Siempre me amenas el día!
Un fuerte abrazo.
Excelente artículo Luis , tras leerlo , me invade la nostalgia . Invita a la reflexión , y es que Bangkok es único . Creo que voy a tener que volver cuando se agote el verano español. Posiblemente será the last last Dance . Un abrazo desde el Mediterraneo
? Que paso en la disco illuzion, las siamesas no quieren con los indios no usan condon y no son muy atractivos? Prefieren un ruso por alli ?por si pasa ya sabes que y esas chinas quieren ser siamesas ? creo que están lejos de poder serlo bueno no se mucho de china continetal pero en mi pais están en otra onda, yo me voy a veces a un bar de mujeres indígenas para recordar las tailandesadas pero a veces estas indias de este continente no hacen caso, no quieren venir a mi apartamento es un k breo eso pero estan algo mejor que las chinas que son menos sociables y no les gusta la fiesta con licor, ya a mi edad las fiestas de kindergarden con juguito y soda ya pasaron de moda las chinas no pueden ser siamesas en mi opinión, no tienen ese comportamiento alegre, fiestero y de miradas locas y faldas cortas de estopa de la raja de tu falda que te metes un piñazo por la locura de la falda y topcito corto.
Los olores a porro ya para mi no me atraen esa etapa paso de moda en mi vida, prefiero la relajacion y la iluminacion mediante el metodo budista de la meditacion.
Khaosan road es un lugar que no se por que carajos no fui a visitar el año que nos conocimos en bangkok.
Espero que pueda volver, gracias por chatear conmigo mi estimado
Saludos, luis
Y como dice mago de oz
Sigue la luz sino encuentras el camino
Sigue la luz que se esconde en tu interior
Aprende a volar con las alas del destino
Aprende a soñar y podrás tener el sol ¡oh!
Hay que mantener esa luz viva!
No había comentado en nada , un poco tarde pero tengo que decirte que es una MARAVILLA leerte, sin duda has nacido para esto, escribir.
Me ha encantado esa maravilla de playa < perla de Andamán <Sol y sombra no? Tailandia es una maravilla pero hay que andar, al parecer, con pìes de plomo y llevar algo más de dinero en el bolsillo de lo previsto por si tropiezas con estos polis que necesitan incentivos ya que sus sueldos no deben ser muy boyantes.
Por cierto, a esa fiesta del agua no iría jamás! se me riza el pelo con la humedad.
Luis, lo de los policías con tu amigo parece un chiste… como es posible que como equipaje una bolsa del super, pantalón corto y abrigo jajajajja y lo registren.
Un placer leerte