¿Caerán los militares? Así es la revolución electoral de 2023

Tailandia es uno de esos países capaces de hacerle perder el norte a cualquier hijo de vecino. Ahí están todos esos extranjeros creciditos que piensan que las veinteañeras los prefieren a ellos, por ejemplo. Pero a veces quienes van más perdidos son precisamente esos hijos de Siam que se pensaban que todo siempre iba a seguir igual. Porque el resultado de las elecciones en Tailandia este 2023 solo deja claro un hecho. El cambio es real y hace tiempo que es imparable.

De eso, no obstante, no se quisieron dar cuenta los carcas que están en el poder. El mes pasado, por ejemplo, un chaval madurito que representaba al líder no electo que lleva anquilosado en el poder desde hace nueve años, el general Prayuth Chan-ocha, dio un discursito muy falto de miras en plena campaña electoral. Por supuesto, el golpista no salió a la palestra porque lo de hablar no es lo suyo. Le sale la vena autoritaria.

Aquel madurito, representando al partido Nación Tailandesa Unida que se creó para que el primer ministro no electo pudiera presentarse nuevamente a unas elecciones por amañar, dejó claro lo que significaba la unión en su partido. “Tailandia ha de permanecer así para siempre, y si formamos gobierno seremos muy duros con quienes odian a su país y son antimonárquicos“. Cuánto amor.

Y el tipo que trabajaba para que su querido líder siguiera al frente del país, qué majo él, le dio una salida a quienes no piensan como ellos. “Idos al país que os dé la gana, no os vamos a convencer de que os quedéis”. Porque, claro, en Tailandia lo de tener criterio o pensar algo distinto es intolerable para los carcas que siempre han manejado el cotarro; en lugar de argumentos lo que ellos tienen son tanques.

En aquel momento, Prayuth -que puso a su títere a contar el discurso de toda la vida de que Tailandia ha de centrarse en la monarquía, la religión y la nación– seguía pensando que eran cuatro gatos los siameses que no gustan de los golpistas y que no desean que Tailandia siga siendo ese país conservador donde la monarquía es intocable.

Así que ese fue el discurso del general durante la campaña, el de mantenerlo todo como a él le gusta. Y por supuesto no acudió a ningún debate porque sabía que lo iban a dejar en paños menores, ya que nuestro hombre no es de dialogar, sino más bien de censurar y de encarcelar. Lo único que dijo fue que si salía electo -con o sin pucherazo- iba a derogar las malas leyes del pasado. Tiene guasa el asunto cuando fue él quien ha estado en el poder absoluto durante casi una década.

Al otro lado estaba el partido reformista Move Forward, formación que hace un par de meses muchos pensaban que estaba en horas bajas. Herederos del movimiento contra el Gobierno que lanzó enormes protestas callejeras en los últimos años, muchos pensaban habían perdido el momentum porque los generales habían cercenado a sus líderes y encarcelado a muchos de sus ideólogos. Y que aquellas manifestaciones enormes contra los que mandan habían sido una moda nada más.

La opinión pública se equivocó de pleno. El partido reformista -a quienes tildan de revolucionario por querer acabar con la inmunidad de la monarquía– había preparado su estrategia al detalle. Prefirieron mantener un perfil bajo hasta que arrancara la campaña para entonces desplegar una estrategia nunca vista en Tailandia.

En lugar de banderas nacionalistas, de aludir a la tailandesidad en su nombre y en sus estatutos como han hecho aquí siempre los partidos políticos, Move Forward habló claramente de propuestas en todos los ámbitos y se presentó como una formación con un programa claro además de muy internacional. No quiso hacer promesas estúpidas y ofreció una alternativa real.

Para hacer posible el milagro seleccionaron a un candidato a primer ministro ideal. Pita Limjaroenrat es un monstruo de la dialéctica, capaz desmontar cualquier argumento de sus contrarios. Si en febrero muchos comentaban que le faltaba carisma, durante la primera mitad de mayo era evidente que se había camelado al país.

Ayer, Pita y sus Move Forward le robaron la cartera a los de Thaksin Shinawatra, los antes llamados rojos y ahora conocidos como Pheu Thai, que se pensaban que iban a ganar los comicios solo por ser quienes son. La cara de la hija del magnate, candidata a liderar el país, era un poema anoche al ver que los más reformistas les habían adelantado por la derecha.

De la cara de Prayuth poco podemos decir, ya que el tipo salió huyendo protegiendo con una mascarilla una cara que sin duda estaba ruborizada.

Los del general golpista fueron aplastados y ni siquiera lograron ser la principal fuerza que representara a los militares. Además el golpe al orgullo es enorme. Si hace un mes estaban dispuestos a sacar del país a esos que no quieren entender la Tailandia que ellos quieren, para cumplir su promesa deberían vaciar el país. La falta de miras es tremenda.

Ahora les toca a los perdedores dejar que Pita sea el nuevo primer ministro de Tailandia. Si bien esto va a costar horrores, porque el statu quo se menea en el asiento para no soltarlo. Los militares, los monárquicos y muchas de las elites económicas y dominantes del país están en su contra.

Y sin embargo, por primera vez en la historia de Tailandia, el cambio es real. Porque la política ya no es algo que interesa a muy pocos. La lucha por un futuro mejor se ha puesto muy de moda, y Tailandia ya no es ese país donde el pueblo se corta a la hora de criticar a los poderosos por miedo a las represalias.

Porque los jóvenes salieron en masa a votar luciendo el naranja, color de los de Pita, lanzando un mensaje claro de que no solo querían un cambio, sino que lo decían abiertamente. Y no hay nada peor para los poderes tradicionales que tener a las juventudes luchando contra ellos. Porque quizás los de los tanques ganen ahora la batalla. Pero la guerra la acabarán perdiendo.

 

Las elecciones en Tailandia este 2023, cómo no, amañadas

 

Las elecciones en Tailandia están amañadas. Tienen truco y además se muestra sin rubor. Ya fue así en 2019 y lo ha vuelto a ser este 2023. Porque los de Prayuth quisieron acabar con el ciclo maldito de golpes de Estado en el país, pero no en pos de un país más justo. Sino asegurando una manera en la que los de los tanques no perdieran jamás unos comicios electorales.

Hasta que en 2014 el golpista se hiciera con el poder a las armas, Tailandia había navegado en un ciclo perverso en el que los electores seleccionaban a un partido poco afín a las élites conservadoras para que, unos pocos años después, los militares encontraran cualquier excusa para armar otro ataque a la democracia y se hicieran con el mandato absoluto. Ponían a a alguien a dedo, organizaban otras elecciones y los contrarios volvían a ganar en las urnas. De ahí hasta el siguiente golpe.

¿Quiénes son estas élites conservadoras? Básicamente las personas más poderosas del país, principalmente las grandes fortunas. Ellos son el cerebro, mientras que la imagen para convencer al pueblo es la monarquía. El ejército es, cómo no, el brazo ejecutor.

Prayuth quiso romper dicho ciclo y asegurar el poder en manos de dichas élites, con él al frente, algo similar a lo que Hun Sen logró en Camboya. Para ello, además de no soltar el poder en cinco años, antes de convocar elecciones se aseguró que ganaría mediante una forzada Constitución que marcaba las cartas y era obligatoria si la nación quería ir a las urnas.

Dicha Constitución está cargada de intríngulis. Primero, favorece a los partidos mayoritarios, entre los cuales se encontraba el suyo. Luego censuraba a algunas formaciones contrarias en sus principales feudos. Además obligaba a no votar a un bando, sino a una persona que aseguraba ir con un partido concreto, para luego dar origen a las cobras: parlamentarios con escaño que podían cambiarse de lista electoral tras el recuento de votos. Así compraron a desalmados que por dinero se fueron al grupo de los militares pese a haber sido elegidos en las urnas como reformistas.

La clave, no obstante, fue la creación a dedo de un senado militar con 250 escaños y que vota con igualdad de condiciones que la cámara electa, que es de 500 asientos. De esta manera los militares se aseguraban un tercio de los votos sin hacer nada y casi la victoria, porque sus leyes solo dan a los contrarios la opción de lograr 376 de los 500 escaños en juego para sortear al senado no electo.

Prayuth y los suyos -además del golpista está su ex compañero y también general Prawit- veían venir que les iban a arrollar. Incluso que serían incapaces de gobernar con el apoyo de su colega el magnate pro-China que legalizó la marihuana y afirmó durante la pandemia que los europeos no nos duchamos, un tío que nunca sonríe pero que se presentó la noche electoral con una camisa de plantas de la risa.

Así que pusieron en marcha la máquina del pucherazo electoral. Sin pudor y con un par. Alterando numeraciones para que votos de Move Forward pasaran a los Unidos de Prayuth, o tratando de invalidar miles y miles de papeletas emitidas con anterioridad en un mecanismo de voto avanzado similar al que se hace por correo en España.

En otros distritos prohibieron la entrada de observadores anónimos, que es como en Tailandia el pueblo vigila que el conteo sea verídico a falta de ojeadores internacionales.

Todo fue en vano. Los reformistas ganaron y, si bien no lo suficiente como para eludir al senado, sí lo bastante para que los militares se sientan incapaces de formar Gobierno. Es histórico.

 

El cambio de mentalidad que propició la ‘moda naranja’

 

Bangkok siempre fue el bastión conservador de Tailandia. El partido mal denominado demócrata, afín a los militares, ganaba todos los comicios en la capital, apoyado por las clases medias que compraban el discurso de los que mandaban. Esto era porque los aspirantes eran siempre los rojos, los de Thaksin Shinawatra, el magnate populista que arrasaba en las zonas humildes del norte y el noreste del país.

Ayer, Bangkok votó masivamente a los de Pita y su Move Forward. Ganaron en todas las diputaciones y también en las provincias que conectan con la capital. En muchas circunscripciones los militares fueron segundos, pero a años luz de los naranjas, color de los que han decidido tildar de revolucionarios.

Parte del éxito se debe a que los jóvenes declararon abiertamente a quién iban a votar. Sin miedos. Y muchos de los que estaban indecisos vieron que gente famosa apoyaba a Pita sin rodeos. El asunto se hizo global y, de repente, la opción de los que antes tachaban de revolucionarios se convirtió en la mayoritaria.

Por supuesto, los resultados conservadores del pasado habían sido porque los jóvenes, antes de este momento, pasaban de votar. La tendencia en Bangkok de las nuevas generaciones era que la política era un caso perdido y merecía más la pena pasar de ella. Claro, eran tiempos de bonanza. Pero los primeros cinco años de Prayuth hicieron mucho daño. No se cortaron los uniformados en abrazar la corrupción y gastar dinero en tanques y submarinos.

Las manipuladas elecciones de 2019 ya calentaron al pueblo y empezaron las protestas. Pero fue en 2020 cuando todo se hizo masivo. Las calles de la capital se llenaron de manifestantes y colapsaron la ciudad. Pidieron algo inimaginable en el pasado: eliminar la Ley de lesa majestad de la monarquía y fiscalizar sus movimientos.

De repente, todo el mundo en Bangkok y en el resto del país empezó a hablar directamente del monarca en cualquier sitio. Un tema antes evitado de repente se convirtió en común, y nunca con las mejores palabras. Si en Tailandia había que levantarse en el cine antes de ver cualquier película frente a un himno real, ahora mismo ya prácticamente nadie lo hace.

Los jóvenes le exigían al Gobierno la disolución del Ejecutivo y cancelar la Constitución trucada. Por supuesto, lo que hicieron desde el poder fue disuadirlos y empezar a usar la Ley de lesa majestad para arrestar a diestro y siniestro. Ha habido en estos años más de 240 encarcelamientos con penas de hasta 15 años, a veces, solo por hablar libremente en redes sociales.

Llegó el cambio de mentalidad. Lo que nadie imaginaba. Los tailandeses enfrentándose a sus tradiciones. Empezó entonces la lucha generacional: familias enteras que se separaban porque los padres defendían a la monarquía y a los militares, mientras que sus hijos exigían libertad.

Mucha gente dijo que era flor de un día, que los jóvenes se iban a aburrir e iban a volver a Tiktok. Pero no fue así, sino que convencieron a muchos en las generaciones más adultas de que estaban en lo cierto. Porque, diablos, los jóvenes suelen tener razón en las cuestiones ideológicas. Los adultos demasiado pronto nos agriamos con los años.

Lo peor que podía pasarle a las élites dominantes es que combatir al status quo se convirtiera en una moda sin final.

 

¿Qué pasará ahora tras el derrumbe de los militares?

 

La Constitución redactada por los de Prayuth decía de manera clara que quien tiene prioridad para formar Gobierno es el partido con más escaños obtenidos. Ese es Move Forward con 151. Le siguen los de Thaksin bajo la formación Pheu Thai con 141.

El siguiente partido cambiante es Bumjaithai, los marihuaneros de Anutin, que mejoraron gracias a haber legalizado las plantas con 71 diputados. Y luego van los partidos militaristas de Prawit y Prayuth, con 40 y 36 respectivamente.

Si hay algo que indica que los militares van a asumir la derrota es que no hay recuento largo en esta ocasión. Los resultados son definitivos, mientras que en 2019 permitieron un conteo que duró un mes y, sorpresa, quitó escaños a los reformistas para dárselos a los militares. Tampoco pueden optar a comprar cobras que salten de Move Forward hacia los generales porque la distancia es enorme.

Pita se ha apresurado a formar coalición y ha sido listo. Primero ha tendido la mano a los de Thaksin, que han accedido orgullosos. Y luego con otras tres formaciones que buscaban igualmente derrocar a los militares. En total son 308 escaños y, lo más importante, no ha querido optar a invitar al marihuanero.

Con el anti-europeos que se presentó la noche electoral vestido de porreta podrían sortear al senado militar, pero el precio a pagar por tener a semejante individuo en el poder sería demasiado elevado.

Move Forward presiona con furia ahora al poder militar al afirmar que el Senado, tal y como Prayuth anunció, fue ideado para votar al mejor de los candidatos posibles. Por supuesto eso es mentira, ¿pero serán capaces los senadores de votar en su contra? Sin vergüenza alguna, los puestos a dedo ya han dicho que no van a aprobar el Gobierno de Pita.

La mejor alternativa de los militares sería permitir que Pita gobierne y ponérselo difícil para que fracase. Tienen al Senado y además otros mecanismos para ello, como tratar de bloquear sus propuestas o envenenar su relación con los de Thaksin, que siempre puede tener encontronazos. Pheu Thai acepta el resultado y han mostrado gran decencia al decir que están a por todas con Move Forward, pero ambos partidos aún tienen muchas diferencias.

La Comisión Electoral ha anunciado igualmente que está investigando a Pita y a Move Forward, y que probablemente sean descalificados, un movimiento similar a los de Hun Sen en Camboya y que ya promulgaron los de Prayuth en las pasadas elecciones contra Future Forward y Thanatorn, los antecesores del actual partido. Es improbable no obstante que puedan lograr eso sin que el pueblo se les eche encima.

Y la pregunta que tantos se hacen. ¿Es posible que haya otro golpe de Estado nuevamente? Claro. Esto es Tailandia, y los militares van por libre. Sin embargo, no estamos en 2014. Y eso el ejército lo sabe. Un ataque a la democracia se enfrentaría a una oposición terrible, y Tailandia no es Birmania: no pueden orquestar una guerra civil.

Muy probablemente Pita sea el nuevo primer ministro de Tailandia. Pero por otro lado parece evidente que Prayuth Chan-ocha no volverá a dirigir el país. Está claro que ha sido apartado por las urnas, aunque él ha dicho que seguirá en política. Pero muy difícil lo tendrá para volver a simular ser electo de nuevo.